A lo mejó en vez de Juancarlo iban a tener que empezar a llamarlo Fernando Alonso. Joío por culo, qué manera de meter el turbo. Y to porque la Angelita, que quiere está en el plato y en las tajás, y se cree que es más lista ella que nadie, le dijo que como no fueran a sacá una chirigota pal verano, de complemento a pie a lo de los coros aquello que quedó tan deslucío aquel año, les iba a costar más trabajo que reconocer a un negro vestío de penitente.
Pa qué dijo na. El Juancarlo dijo que por lole, que él sacaba una charanga familiar, una chirigota ilegal, y hasta una comparsa con guitarra y un gachón que haga u-u-u-ú, como le gustaban al Monforte (aquí Torre se quitó de ermedio y dijo que iba a cambiarle el agua al canario), y que por sus mulas que aunque fuera ya enero y el carnaval viniera más adelantao que un reloj de un todo a un euro, él sacaba la chirigota y sacaba la chirigota. A Torre se le pusieron los huevos por corbata cuando, en el calor de la discusión, ya Juancarlo dijo que si no encontraba a nadie, po ea, sacaban un romancero entre los dos. Por no ir a comprar el plebo y ponerse a dibujar viñetitas como un niño chico, Torre hasta le puso dos velas al Cristo pa que apareciera gente.
Y el Cristo es verdá que tiene que ser mu milagrero, porque gente encontró el Juancarlo, y se corrió la voz en tol barrio. ¿Es aquí donde la charanga, picha? Aquí mismo. ¿Usté qué sabe hacer? Igualito igualito que el Operación Triunfo o los programas esos de baile, solo que sin pibas con pirsin y con gente más puretona que al final eran amigos de un amigo, el inevitable cuñao, el hermano del cuñao, la vecina del quinto que estaba separtá y andaba lampando, los dos recién casaos de Teruel que querían probar suerte en el mundo de la farándula, el niño fúnebre del barrio que ahora decía que era emo (pa Torre que era emosesuá, pero por delicadeza se mordió la lengua), uno que le decían el AlCapone, y el segurata del supersol, que se creía el Eliotné. Venga a llegar gente.
De verdad, que de verse en el romancero él solo con el Juancarlo (“Dos hombres y un vespino”, le quería llamar), Torre se vio haciéndole la competencia al coro de a pie, pero sin bandurrias.
Allí llegó Alfonsito el pitraco, que se sabía de pe a pa el repertorio de Los Hombres del Mar y cantaba siempre que había un bautizo, una comunión o una toma de dichos el Vaporcito y sin hacer o-o-o-oh al final de la cuarteta, que eso lo mismo no le gustaba al Monforte. Y su mujer, Juani la sorda, que a Torre más que sorda le parecía que era un poco carajota, pero que hacía unos bistelito empanao que quitaban las penas del sentío: es importante cuidar la intendencia.
Y de parte del Bizco Durán (que menos mal que no pudo participar en la chirigota, porque insistía en cantar de presentación una letra que había escrito pal himno nacional que decía que era mejón que la del parao aquel que se había inventao otra copiándosela a Pemán, que sería de derecha, pero era de Cadi-Cadi y eso es un grado) llegó uno que conocía a Juancarlo de vista, de cuando la manifestación de Delphi, sí, joe, el que tocaba la bocina, lo que pasa es que sin el mono no se me reconoce, con más pelo que el suelo de la barbería de los hermanos de la calle Nueva, y que parecía un mono él mismo. Con su mujer, y su chiquillo, que estaba en el paro y tenía treinta años y quería ser gruísta y que no cabía por la puerta. El bombo le adjudicaron, na más que verlo.
Y Jeromo el del refino, al que como to quisqui le debía dinero no le pudieron decir que se lo pensara mejón. Y eso que tenía un bujero en el cuello y una cánula y por la forma de hablar en el barrio, y él ni lo sabía, lo llamaban el Darth Veide.
Las ganas de cachondeo que tenía la gente, las castas del casting.
(CONTINUARÁ: TIPO, TIPO)
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Categorías: Historias de Torre