A veces, en ese afán de simplificarlo todo y creernos el ombligo del mundo (nosotros mismos a través de nuestra asignatura), a los profesores nos cuesta creer que hay vida más allá de nuestro segmento de clase. Que quien con nosotros es un estudiante excelente puede no serlo en la asignatura que nos precede o que nos sigue, que los chavales son personas que están llenas de matices y hay momentos en que deslumbran y otros momentos en que se queman, que no los conocemos más que en la medida que podemos conocerlos tras tres horas a la semana y un par de años de contacto. Y que tienen vidas a las que no podemos acceder, vidas que malgastan y vidas que aprovechan, como nosotros malgastamos y aprovechamos nuestras propias vidas.
Me he preguntado a veces qué pensarán mis antiguos profesores y mis antiguos compañeros de las diversas clases por las que fui pasando cuando ven mi foto en un periódico o me reconocen como autor de alguno de mis libros. ¿Trazarán la conexión entre el yo que yo era y el yo que soy ahora? ¿Les podrá la curiosidad y picarán entre mis hojas, o será más fuerte la preconcepción y la ignorancia de no conocerme?
El viernes fui al teatro a ver a un buen puñado de alumnos representar, después de un montón de meses de ensayo, Tres sombreros de copa de Miguel Mihura. Y experimenté exactamente esa sensación de la que les hablo más arriba: cómo chavales que son revoltosos, o malos estudiantes, o buenísimos estudiantes, o grandes tímidos, o desconocidos (porque no conocía a todos los que se asomaron a las tablas de ese mismo teatro donde yo ensayé tantas veces, con otros chavales), son capaces de ofrecer unos matices de su personalidad que yo desconocía. Y que desconocían, posiblemente, ellos mismos.
Estuvieron todos magníficos en sus respectivos papeles, supieron dar el lenguaje gestual preciso, las inflexiones de voz necesarias para hacerse oír en una sala que no tiene precisamente buena acústica, trabajaron a la perfección el equilibrio entre la comicidad y el surrealismo. Todo ello con un presupuesto ínfimo, robando horas aquí y allá.
Todo por esa maravilla inexplicable que va más allá del teatro y las bambalinas y los pone en el camino del descubrimiento, de la epifanía de su propia edad de maravillas y asombros.
Comentarios (6)
Categorías: Todo es teatro