La película de esta "ópera rock", lo dijimos aquí mismo, fue una revolución para mi generación. Por aquello de que era la música de nuestro momento, y porque iba contracorriente de muchas cosas: mostrar a un Jesucristo rockero y moderno, a una María Magdalena que insinuaba lo ininsinuable (¡cuántas veces habrá escuchado el disco el señor Dan Brown!), y porque nos ponía de parte de Judas, que era la voz de la razón y de nuestra protesta. En todo el mundo (y no sólo en aquella España triste que ahora tanto añoran) la película, más que el musical en teatro, obviamente, fue un escándalo. Como eran tiempos donde se barruntaba el cambio, el disco se publicó en España, incluso con las letras originales (por aquello, ya saben, de que nadie sabía inglés y no iban a entender nada, pobrecicos). Lo curioso es que gracias a ese disco y a esas letras yo aprendí muchísimo inglés.
Luego, lo saben ustedes también, se trajo el musical a España. La primera, con Camilo Sesto como Jesús, Ángela Carrasco como Magdalena y con Teddy Bautista (¡lagarto, lagarto!) como Judas.
Ahora vuelve por tercera vez a los escenarios madrileños, con un reparto casi desconocido (al menos por mí, ustedes disculpen que tenga límites en mi incultura), y para unos tiempos donde ya no hay escándalo y donde el musical ya ha alcanzado cotas de espectacularidad y exquisitez muy alejadas de la simpleza de esta obra que parieron Andrew Lloyd-Webber y Tim Rice cuando eran unos pipiolos.
La comparación con otros musicales mucho más elaborados hace que Jesucristo Superstar salga hoy en desventaja. El montaje es espectacular, pero sin estridencias, y si bien es cierto que el primer acto, para los no especialistas en el tema, puede parecer algo frío, el segundo sigue siendo extraordinario. Si hay algo que caracteriza a esta opera rock es su pasión, y la manera que tiene de comunicar esa pasión.
La música no ha perdido un ápice de su fuerza, y las referencias de rock duro todavía se mantienen frescas y sorprendentes, y los actores-cantantes (y eso que nos tocó el segundo reparto, los "swingers") muestran con justificados alardes sus cualidades vocales. Sigue sorprendiendo el vozarrón heavy de Caifás, la rebeldía de Jesús en Getsemaní, el nerviosismo perdedor de Judas y la ternura de Magdalena. Choca quizá un poco el alarde malabarista de Herodes, aunque es muy divertido, y es quizás el personaje de Pilatos, demasiado militar, demasiado de una pieza, lo que no aclara sus dudas y su veredicto final.
En ese sentido, el musical sigue hoy tan vigente y emocionante como hace más de treinta años. Sin embargo, hay un pero, y un pero grave. La música de Webber ha sido respetada en gran medida, salvo algún arreglo puntual, pero es la letra de Tim Rice la que ha saltado por la borda en esta nueva adaptación. Si ya pudiéramos haber puesto, hace tres décadas, alguna pega a la versión en español porque no transmitía todos los matices del texto inglés, ahora nos encontramos con la paradoja de que, pudiendo haberse intentado una traducción aún más fiel al texto inglés (y la versión que conocemos lo era, digamos en un ochenta por ciento), se presentan unas letras con rimas algo facilonas, desnudando la bella poesía del original (y de la otra traducción), y que desvirtúan momentos clave de la historia. Se han lucido en ese aspecto y, para los que conocemos lo que realmente dicen y expresan los personajes, advertimos la falta de matices: el "¿morirías por mí?" de la canción Hossana se sustituye por "sufrirías por mí", con lo cual la reacción de Jesús se pierde; los encontronazos de Jesús y Judas pecan de banalidades continuamente; ni la letra del templo ni la del encuentro con los leprosos comunican reflexión a los estados de ánimo de Jesús; Getsemaní no tiene la garra que debería de haber tenido, en tanto se licua mucho la rebelión final y la aceptación final del destino impuesto. Nos encontramos, pues, con un Jesucristo Superstar "light", para la generación Logse. Una torpeza. Las canciones de María Magdalena, por cierto, apenas han sido alteradas, misterio inexplicable.
La obra original, por su parte, juega de continuo a la ambigüedad. Nunca sabremos si Cristo es hijo de Dios o no, con lo cual la comprensión hacia Judas y el mensaje de la canción final que da título a la opera rock es más grande. Este nuevo montaje se inicia ya con una resurrección, lo que desdice mucho lo calculado del trabajo original. Para colmo, en los espectaculares momentos finales en la cruz, la traductora incluye un "Mi madre, ¿dónde está mi madre?", que se saca de la manga y "catoliquiza" el trabajo de quienes imagino serán anglicanos de toda la vida. Traducir además "estoy sediento" en vez del más llano, directo y lógico "tengo sed" a ustedes no sé, pero a mí me hizo rechinar un poco los dientes.
Así que, si ustedes no conocen el musical, no lo duden, porque son dos horitas que se pasan volando. Si amaron la versión cinematográfica y se aprendieron las letras de Camilo Sesto y compañía, lo pasarán bien, aunque sentirán algún que otro momento de desconcierto.
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