Yo juraría que ya les había hablado a ustedes de esta gran película por aquí, pero por más que busco no encuentro la referencia, así que debe de haber sido en otra parte o lo he soñado, o se ha perdido, o me afecta la desmemoria.
Es igual. He vuelto a ver esta semana, en clase (y por primera vez, en inglés), esta gran historia que me temo que pasó sin pena ni gloria por las pantallas del mundo para convertirse, a cambio, en una película de culto. October Sky, la historia verdadera, edulcorada más o menos y adaptada según las exigencias narrativas de eso que se llama la gramática del cine, de cuatro chicos de un remoto pueblo minero norteamericano que, en los años cincuenta e impulsados por la visión del Sputnik, deciden construir su propio cohete. O sea, la historia del sueño de Homer Hickham y sus amigos, en lucha contra el destino que los tenía encadenados a un futuro de mineros, huelgas, silicosis y miseria.
La película cuenta con una música soberbia, tanto las canciones del rock de la época que tanto deben a American Graffitti, como a la banda sonora de Mark Isham. Y con una reconstrucción excelente del ambiente y de los personajes. Gran parte del argumento se basa en el enfrentamiento entre el tozudo padre del protagonista y los sueños del muchacho, pero lo que podría haber mostrado a un capataz minero de una sola pieza nos ofrece a un hombre noble en otros aspectos, orgulloso de su trabajo y orgulloso de sus hijos precisamente sólo cuando éstos son capaces de afilar las garras de su orgullo.
Por encima de la anécdota más o menos retocada, y por encima de la revelación final de que los "chicos del cohete" consiguieron la beca universitaria, rehacer sus vidas y, en el caso del propio Homer, acabar trabajando en la NASA, la película (dirigida por Joe Johnston, uno de los pupilos de Lucas y Spielberg, por cierto) nada hoy tan a contracorriente como nadaron los chavales en aquel entorno de miseria. Y es que potenciar la consecución de los propios sueños a través del trabajo, el estudio y el esfuerzo y no del azar y la casualidad sigue teniendo su valor, qué demonios.
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