A la espera de cómo reaccione Fox, Cuatro nos puso el jueves los dientes largos ofreciendo el primer capítulo de la cuarta temporada de House, ya saben, nuestro médico aborrecible favorito, un movimiento sensacionalista que no tiene mucho sentido, puesto que la temporada no empezará a emitirse aquí hasta enero. Pero en fin, menos da una piedra.
House, lo saben ustedes también, es una serie que no da mucho más de sí aparte de la interpretación de Hugh Laurie. No me malinterpreten: todos están bien en sus respectivos papeles, pero ver a Laurie haciendo de sieso (y camuflando perfectamente el acento brit en versión original) cuando lo suyo es la comedia pura y en vena, tiene su morbo. Lo malo de House-la-serie es la previsibilidad. No el diagnóstico, no se me confundan ustedes. El coñazo de House es la fórmula: después de tres temporadas, y como bien se ha contado en chistes incluso aquí mismo, uno ya sabe perfectamente qué tropelías va a cometer el médico algo tarado y despectivo (al que, ay, ya imitan algunos de nuestros médicos de la seguridad social), cuántas punciones lumbares, diazepanes, lupus y desfibriladores van a usarse para que al final el enfermo salga por su propio pie pero echando pestes del tratamiento y, eso sí, sin cursar la más mínima reclamación. Uno siempre se sorprende de que en un país donde no hay equivalente a nuestra seguridad social saquen un hospital de ensueño donde al primer mendigo que encuentran en la calle le ofrecen un tratamiento con House, a ver si lo cura.
La fórmula narrativa es, a mi entender, demasiado aburrida en demasiadas ocasiones. Y si a eso añadimos que a veces los guionistas y los productores nos hacen trampa tirando del manual de cómo-aumentamos-la-audiencia-presentando-un-final-en-falso, nos encontramos con trucos algo baratos como a House tiroteado al final de la temporada, como un JR cualquiera (aunque el episodio era dickiano en su concepción); a House curado de su cojera (pero menos), en rodeo narrativo para explicar lo que quizá los mismos creadores no comprenden: que House es un gilipollas inadaptado sin necesidad de usar bastón y calmantes; o al peso de la ley intentando (con razón, claro, pero no en la serie) que a un médico borde y drogado hasta el culo le retiren la licencia.
En el final de la tercera temporada, cretino como él solo, Greg House despidió al colegio de niños de San Ildefonso que le rodea; o sea, al resto del equipo de superhéroes donde House es Reed Richards, Cameron hace de Sue, Chase es Johnny Storm y Foreman es Ben Grimm. Una despedida que, mucho me temo, será también un subterfugio que les va a durar un puñado de episodios de esta nueva temporada, ya que los actores bien que aparecen acreditados al principio.
"Solo", como se llama el episodio, viene a revalidar que, prescindiendo del coñazo de la fórmula, House puede dar todavía mucho juego y seguir siendo tramposa pero entretenida. El episodio del otro día, a salvo de los otros tres santones (y a salvo, curiosamente, del empastillamiento patológico de House), juega, y juega bien, a saltarse a la torera muchos de sus recursos o incluso burlarse de ellos: las alusiones repetidas al lupus, por ejemplo; la caradura con la que nuestros ilustres doctores en medicina allanan moradas. También, que cuando mejor funciona la serie es cuando se tira hacia la comedia, dejando a un lado el drama humano que, de ser visto tantas y tantas veces, casi nunca nos importa (como tampoco le importa a House, por otra parte).
En el episodio del jueves vimos grandes momentos cómicos, contados de manera sibilina e inteligente, sobre todo el tira y afloja entre House, Wilson y la guitarra, con momentos impagables como Wilson haciéndose el tonto mientras abre el periódico y vemos las letras recortadas del anónimo, o a House gastándole la putada de despertarlo a media noche y secuestrarle a un enfermo. La aparición de un limpiador reclutado por House para que le sirva de frontón a falta de sus tres sospechosos habituales presenta, por un lado, a un personaje atractivo que podría dar mucho juego en otros episodios (un celador ya da mucho juego en Scrubs, por cierto), y por otro nos presenta de un plumazo el gran problema de House: su necesidad de empatía. Cuando el limpiador dice que, por principios, no va a allanar la casa de nadie, y un momento después se contradice diciendo que no va a hacerlo por menos de cincuenta dólares sabemos que es House y no él quien ha perdido... y en la escena siguiente quienes entran en la casa a la fuerza son House y Wilson, no el limpiador.
La fórmula está a la vuelta de la esquina, pero mientras los guionistas sean capaces de sortearla y jugar con las propias limitaciones de su espacio, tendrán episodios sobresalientes. En la temporada anterior, como en cada temporada quizás, hubo un par de ellos (el del incidente en el avión y "Otro día, otra habitación"). Por bien de House, ojalá que este gran primer episodio no sea uno de ellos.
Comentarios (38)
Categorías: TV Y DVD