En las postrimerías de mi adolescencia, el libro "Insólito esplendor" fue una revelación, uno de esos momentos mágicos que te abren las puertas a una perspectiva diferente de la literatura y de la evasión. Recuerdo haberlo leído en la edición de Círculo de Lectores, haberlo prestado a un amigo... y haberlo vuelto a leer de inmediato, cuando me lo devolvió a los pocos días. Y recuerdo también mi alborozo cuando se anunció que nada menos que Stanley Kubrick iba a llevarlo al cine (¡y con Jack Nicholson, nada menos!), y cómo se me llevaron los demonios cuando vi la película, de la que hice mi primera "crítica" en Nueva Dimensión, donde la ponía a bajar de un burro, con el título de "Apagado Resplandor".
Stephen King tampoco quedó muy satisfecho con la adaptación-interpretación que le hizo Kubrick (y eso que no conocerá el desaguisado de la versión doblada al español, dirigida por Carlos Saura), y se ve que aprovechó algún resquicio legal en los contratos y las cesiones de derechos para, en 1999, encargarse de producir él mismo y escribir el guión de una mini-serie de tres capítulos para televisión que fuera mucho más fiel al texto de la novela original. Es la edición que ha salido hace un par de semanas en DVD en la colección de kiosco dedicada a las obras de King en pantalla, y que he visto estos días, porque se me pasó en su momento su emisión por la tele.
¿Y...?, me preguntarán ustedes. Pues bien, les contesto yo. Los lenguajes del cine y la tele son distintos, más allá de los presupuestos y el carisma de las estrellas, y aunque desviarse tanto como lo hiciera Kubrick su día tiene sus riesgos ostensibles, ser fiel absolutamente a la letra (más o menos, claro) también tiene su peligro. Hay que admirar la labor de Steven Weber (a quien recientemente hemos visto en Studio 60) por atreverse a encarar un papel que ya está marcado, para el futuro, por la interpretación que hizo Jack Nicholson, quien jugaba con todo a su favor, dada su famosa tendencia al histrionismo. Y al director, Mick Harris, porque la comparación con un genio como Kubrick siempre se quedará en eso, en alabar su valor. Harris, por cierto, ya había adaptado la otra gran novela de King de aquellos primeros tiempos de nuestro escritor de Maine: The Stand (para nosotros, La danza de la muerte).
La miniserie adapta bien la novela, en efecto, hasta el punto de detalles nimios que no habrían tenido más importancia: Wendy es rubia, como mucho se insiste en el libro. Y atractiva: en eso le gana por la mano Rebecca de Mornay a Shelley Duval. Y el niño Danny (Courtland Mead), apodado "Doc" porque tiene dientecillos de conejo como Bugs Bunny, pese a sus limitaciones interpretativas dada su edad (tampoco es que el niño que eligió Kubrick fuera precisamente un monstruo de la escena), tiene curiosamente dientecillos de conejo.
En su contra, quizá porque uno se sabe al dedillo la historia, la adaptación a la tele lo da todo mascadito mascadito, haciendo que se le noten las costuras a la trama. En el libro, el hallazgo casual del panal de abejas, la mención a la caldera, o a los setos, o al roqué, le sirven a King para recuperarlos luego sin que nos traicione la sorpresa. En la versión televisiva, por la propia naturaleza del medio, ya sabemos que la mención a la caldera nos va a llevar al momento final, y que el hallazgo del panal (con la música indicando misterio) nos va a mostrar dentro de poquito un susto más. En ese sentido, sí, da mucho más miedo, y más juego escénico, que Jack persiga a todos con el mazo de roqué y no con el hacha: un hachazo y se acaba la historia, pum. El mazo permite que la amenaza persista, y además resuena.
Pero el clímax final queda algo desangelado, quizá porque los detalles fantasmagóricos, la caldera y la llegada de Halloran tienen que ir asomando porque si no el final parecerá sacado de la manga (como quizás, sí, está sacado de la manga en el libro, ha pasado mucho tiempo desde que no lo releo, pese a que es uno de mis favoritos, o quizá por eso mismo). Es posible que la narración final no pueda fluir con la necesaria rapidez debido a los segmentos en que se estructura la historia, marcada por la llegada de las pausas para los anuncios. Tampoco es muy convincente la revelación de Tony, el "amigo imaginario" de Danny (tampoco queda muy allá en la novela), más que nada porque el look a lo Harry Potter resulta un poco ridículo. El encuentro final algo lacrimógeno y el inevitable final-tras-el-final hace que uno se pregunte si King no habrá pensado en recuperar algún día, para otro libro, al personaje de Tony.
Lo peor, como en la novela, son los setos, demasiado idos de la olla para resultar creíbles, y todavía más ridículos si se hacen con unos pobres CGI que recuerdan a dibujos animados. Lo mejor, aparte de la interpretación de Weber (que no nos deja olvidar su condición de alcohólico y que, como en el libro, recurre a las aspirinas aunque no se diga explícitamente y se frota continuamente los labios como su versión en papel), la escena de la mujer fantasma en la bañera. Se nota que ese momento de susto, quizá el mejor de la película de Kubrick, era exactamente el momento que había que batir. Y creo que, en efecto, lo consiguen.
Stephen King se reserva, como es habitual en él, un pequeño papelito algo ridículo. El de director de la orquesta de fantasmas del hotel, como no podía ser menos.
Comentarios (66)
Categorías: TV Y DVD