Hace dos o tres semanas, uno de los últimos sábados de agosto, fuimos a cenar a uno de los restaurantes mexicanos que tenemos cerca de casa, frente al estadio. Pese a que intentamos significarnos como reclamo turístico, en realidad todo el largo verano uno acaba jugando a sota, caballo y rey, pero ahora eso no viene al caso. Nos sentamos en la estrecha terracita y pedimos la comanda. Al cabo de un rato, cuando se vacia la mesa que tenemos al lado, la ocupa una familia múltiple, algo tímida. Con sorpresa, veo que se tratan de al menos tres mujeres mexicanas por su aspecto, más un hombre que debe ser de Cádiz (lleva la camiseta del equipo de fútbol), y unos cuantos niños. Digo con sorpresa porque aunque me he encontrado a muchos americanos en los McDonald´s, jamás he visto a un chino en un restaurante chino, no sé si me explico. Me hizo gracia que un grupo de mexicanos estuviera comiendo en un restaurante mexicano, cuando es bien sabido que la comida de los restaurantes mexicanos tipo fast food no es, necesariamente, lo que se come en México.
El sábado pasado por la noche, por aquello de variar, y aunque veníamos de El Puerto, acabamos en otro de los mexicanos que hay en Cádiz, esta vez al costado del antiguo Cine Municipal, curiosamente escindido del otro mexicano que les mencionaba antes. Al cabo de un rato, mientras esperamos la comida y uno va estudiando la decoración (el lugar fue antes un reputado restaurante de comida local y luego un breve restaurante semi-vegetariano), me doy cuenta de que en la mesa de más allá, medio ocultos por la columna y la esquina que cubre parte de la visión, hay una familia múltiple, algo tímida. Al menos tres mujeres son mexicanas por su aspecto, el hombre debe ser de Cádiz porque lleva una camiseta del equipo de fútbol, y hay varios niños que me resultan de pronto enormemente familiares.
La casualidad, pienso, ha querido que coincidamos en otro restaurante mexicano con la misma familia mexicano-gaditana (o lo que sea) que hace un par de semanas. Y a la casualidad uno de pronto añade la impresión de que, cáscaras, bien podríamos todos probar otras cosas, cuando me asalta el ramalazo de comprensión que me llena un poco de melancolía y tristeza, porque esa familia gaditano-mexicana (o lo que sea), quizá esté aquí, como nosotros cuatro, por pura casualidad en una ciudad tan pequeñita y limitada como la nuestra, o quizá, lo más probable, para ellos sea un rito semanal, un reencuentro ineludible, una toma de contacto con sus raíces y sus nostalgias y sus anhelos, algo que quizá sólo encuentran aquí o en el otro restaurante mexicano, de vez en cuando, los sábados por la noche.
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