Y a falta de quince, veinte páginas para poner el punto final, llega la crisis. Te da pena terminar de escribir un libro, igual que te da pena terminar de leerlo. Salvando las distancias, porque de lo otro no entiendo, es como si supiera que de aquí a una semana y pico se me va a acabar la dosis, esta tensión que me despierta por las noches, que me deja atontolinado en la playa mirando el mar, que hace que no conteste a las preguntas y viva en otro mundo, soñando los sueños de otra gente.
Y después del cajón, y de repasarlo y volver a pulirlo y hasta podarlo o florecerlo, y de que pase desapercibido en el mar de los otros libros, como todos los libros, la duda de siempre, el misterio de si ha merecido la pena o no emprender el camino que lleva siempre al mismo puerto.
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