Al principio pensaron que estaban de vuelta en el sarcófago, porque lo veían todo oscuro, y palpando palpando se dieron cuenta de que tenían ante las narices una plancha de madera.
Entonces la plancha se abrió de golpe y la luz entró a raudales, y para su alivio no se encontraron con Mozzarello y Pandoro ni en la cripta de la pirámide, sino que vieron a...
--¡Mamá!
Eso es, bendita impaciencia. Los niños habían vuelto a casa y estaban dentro del armario del cuarto de Danki.
--¡Pero bueno! --exclamó la madre--. ¿Dónde os habéis metido? ¡Llevo media hora buscándoos! ¡Son casi las cinco y cuarto!
--Nosotros, esto...
--Gu.
--¡Y la merienda está preparada desde hace un rato! ¡Pis-Pis, qué manos más sucias! ¿Y ese pañal? Ven conmigo, golferas.
Mamá cogió al bebé y se lo llevó al otro cuarto para cambiarlo. Monko el perro no paraba de ladrar, dar saltitos y menear el rabo, contento por el regreso de sus amos o porque se acercaba la hora de comer un bocata.
--¡Venga, a lavaros las manos! --llamó la madre--. ¡Rápido!
Danki y Lala se miraron. Cualquiera le contaba a su madre la verdad. O le decían que después de atracarse de pizza con nueces no tenían ni pizquita de hambre.
Lala salió de la habitación y se fue a su cuarto. Danki, mientras buscaba un jersey limpio que ponerse, vio el motivo por el que habían vuelto a la realidad dentro del armario.
Allí dentro estaba el tebeo mágico. Mamá sin duda lo había guardado al ordenar la habitación.
Lo cogió con dedos temblorosos y lo abrió. Ahora había más viñetas dibujadas, y se reconoció en algunas de ellas: la aventura en la selva, el rescate del Capitán Jungla, la batalla contra los mecanoides de Zarg, Roy Rocket y su hazaña al pasar de cohete a cohete, las payasadas de Mozzarello y Pandoro que otra vez le parecían divertidas, porque estaba a salvo de ellas. Y el galante Sir Espada y sus amigos, paladines de la Edad Media y defensores de los justos. Y la ciudad de los rascacielos y sus héroes enmascarados y sus villanos pintorescos.
Pero todavía quedaban páginas vacías, páginas en blanco.
Y el tebeo brillaba como un sueño encantado.
Mundos Infinitos, repetía la portada. E infinitos eran, desde luego. Todavía quedaban páginas de sobra para visitar a Comando Smith, a los Defensores Diminutos, a Sam Chicago, al Pirata Vikingo o a Nondar el zíngaro. Y, sí, a lo mejor entre aquellos mundos por visitar había tebeos de King Kong o de Godzilla, para que Lala se saliera por fin con el capricho.
--¡Danki, venga, la merienda!
Todavía le quedaban mundos infinitos por visitar, amigos por conocer, tiranuelos que vencer con una sonrisa.
Danki guardó el tebeo mágico entre sus demás tebeos y bajó corriendo a merendar. Saber que podía volver a correr nuevas aventuras le había abierto el apetito.
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