Mozzarello y Pandoro eran muy divertidos si los veías desde fuera, si leías sus tebeos. Pero desde dentro eran insoportables. Siempre se estaban equivocando, golpeando, trabucando, lastimando, destrozando. Lo dejaban todo manga por hombro. Rompían, rasgaban, ardían, quemaban, caían, tiraban, volcaban, aplastaban... Danki recordó con horror qué destino esperaba a todos los incautos que tenían la desgracia de acompañarlos en sus aventuras.
Mimi la secretaria acababa cada dos por tres con los tirabuzones de su pelo en llamas, andando a la pata coja o, peor, enviada por correo urgente a Pernambuco. El profesor Retrovirus, cerebro investigador máximo (eso de cerebro es un decir) de la SOBRINITA, solía terminar despeñado por un barranco, o en una sillita de ruedas con las piernas, los brazos, la nariz y la pipa escayolada. Y el supermegajefe secreto, cuando no acababa persiguiéndolos con una lanza de tres metros o un bazooka de carga automática sin retroceso, se convertía en un pedazo de carbonilla, se perdía en el espacio sideral o lo atropellaba un trolebús sin frenos ni marcha atrás.
Y ahora Danki, Lala y Pis-Pis habían tenido el dudoso honor de ser coprotagonistas de aquel tebeo.
--¡Ya lo tengo, jefe! Si la derecha es la izquierda, y arriba es abajo, entonces entrando por la puerta de salida y saliendo por la puerta de entrada, podremos encontrar que la sala del trono es la sala de espera y la sala de visitas es la sala de fumadores.
--¿Pero qué dice, pedazo de animal de bellota sin certificado de autenticidad? Si la derecha es la derecha, y la izquierda es arriba, entonces abajo es la puerta de salida y el salón del trono es la puerta de entrada, y la sala de visitas está en el centro de la sala de fumadores. ¡Y no toque ese &5$%"ª/º ladrillo que se nos puede venir el muro encimaaaaaagh!
Sí, en efecto, el muro se les vino encima. Menos mal que Danki, Pis-Pis y Lala se habían retirado un poquito y no les alcanzó.
Cuando de debajo del humo y las piedras se escuchó el ¡PLAFF! y Mozzarello y Pandoro pudieron levantarse, turulatos y con los ojos hinchados y la lengua fuera, todos vieron que detrás de la pared había una enorme sala.
--¡La sala perdida de la pirámide! --exclamó Pandoro--. ¡Rápido, Mozarello, tenemos que buscar una linterna!
Pandoro se puso a buscar como loco en su bolsa mágica y fue sacando un calcetín, un taco de billar, un cepillo de dientes, un ratón que fumaba colillas, un radiocasette, una barra de pan, una maceta, un japonés con máquina de fotos. De todo, menos una linterna.
--Jefe...
--No me moleste ahora, Mozzarello. Estoy muy ocupado.
--Pero Jefe...
--Insisto, Mozzarello. Deje de dar la lata y dedíquese a calcular cuál es el perímetro torácico del sarcófago. Si coincide con las medidas que ya tenemos, sabremos que es de verdad la tumba del faraón Rama-La-Tut.
--Pero es que...
Plaf. Bong. Clumpf.
--¡Pefo fefe! --murmuró Mozzarello, escupiendo dientes como si fueran granitos de arroz--. Ifa a fefirle que fi lo que eftá bufcando ef la lintefna, la tiene en el finturón, ¿no se afuerda?
Pandoro encendió la linterna. Mozzarello se asustó cuando vio lo feo que era su jefe cuando la luz lo iluminaba desde abajo. Después de un par de tortas y de caerse a un pozo de veinte metros de profundidad que no habían visto, Mozzarello y Pandoro subieron a la sala del trono y se acercaron a un sarcófago que, igual que el de Danki, Pis-Pis y Lala, estaba de pie, apoyado en una de las paredes de la pirámide.
--Esto no me gusta nada, Lala --murmuró Danki.
--Pues a mí menos --susurró Lala.
--Gu --dijo Pis-Pis.
--Vamos a acercarnos antes de que esos dos destrocen la pirámide y no podamos no ya salir del tebeo, sino de aquí dentro.
--Vale.
--¡Mire, jefe! ¡En la frente!
--¡El escarabajo del faraón! ¡Lo hemos encontrado, Mozzarello! ¡Albricias, esta vez sí que podremos pedirle al supermegajefe aumento de sueldo!
--Sí, o por lo menos que no nos descuente este mes todo lo que llevamos gastado en cristales y puertas rotas, ¿no le parece, jefe?
--¡Tiene que ser eso! --susurró Danki--. ¡El escarabajo! ¿Ves como brilla, Lala? ¡Debe de ser el tintanium!
--Pues como caiga en manos de esos dos, ya puede despedirse Masalfasán de controlar el deslizador --contestó Lala.
--Y nosotros de salir alguna vez de aquí. No me gusta ir todo escayolado. Te pica el cuerpo.
Sobre la frente de la talla que cubría el sarcófago, había en efecto un escarabajo de cristal que resplandecía en la oscuridad. Era el tesoro que Mozzarello y Pandoro habían venido a buscar. O a destrozar, quién sabe.
--Danki... ¿no oyes golpes dentro de ese sarcófago?
--Serán las ratas.
--O Masalfasán.
--¿Masalfasán?
--¿Quién nos dice que no ha venido a este tebeo igual que nosotros? ¿Y que está dentro de ese sarcófago, esperando que ese par de idiotas lo abran para apoderarse del escarabajo del faraón?
--Pues ahora que lo dices, no me extrañaría nada de nada.
--¿No dijiste que teníamos que salir de aquí?
--Eso dije, sí.
--¿Pues a qué estamos esperando?
Danki tuvo una de esas ideas rutilantes que encendían todo a su alrededor. El brillo de la bombillita fue tan grande que Mozzarello y Pandoro se detuvieron cuando ya estaban a punto de liarse a trompazos por ver cuál de los dos arrancaba el escarabajo de su sitio.
Haciendo un pase que ni Michael Jordan, Danki esquivó a Mozzarello, saltó por encima de Pandoro, y aprovechando el impulso arrancó él solito la piedra del faraón.
--¡Eh! ¡Jefe, que nos roba el escarabajo el mocoso ese!
--¡Alto ahí, especie de delincuente habitual! ¡So ostrogodo! ¡Zopenco!
Danki no les hizo el menor caso. Se metió el escarabajo en el bolsillo y corrió hacia donde le esperaban Lala y Pis-Pis.
--¿Y ahora qué hacemos?
--Gu.
--¡A nuestro sarcófago! ¡A lo mejor podemos volver al mundo de Zarg!
--¡Ay, sí! ¡Que tengo curiosidad por ver cómo acabó la batalla contra el Emperador!
--Pues como siempre. El Emperador se escapa en un cohete y los rebeldes vuelven a esconderse en el bosque. Y la Princesa Arena recibe vía fax un montón de cartas de amor del Príncipe Kan.
Llegaron al sarcófago. Se metieron dentro. Lo cerraron.
--Nada. Esto no funciona. No hay una puerta que nos devuelva al otro lado.
--Gu.
Salieron del sarcófago. Miraron pasillo abajo. El laberinto de la pirámide se extendía más allá de su foco de luz. Y Mozzarello y Pandoro corrían hacia ellos, gritando y maldiciendo.
Pero no fueron los dos chalados los que preocuparon a Danki, Pis-Pis y Lala.
Porque detrás de ellos, el sarcófago del faraón se estaba abriendo. Y una momia con tres mil metros de vendaje salía de su interior.
A los niños no les importó que fuera Rama-La-Tut o Masalfasán Malasombra en busca del escarabajo verde.
Tenían que salir de este tebeo. Y muy rápido.
Entre ellos se encontraba la bolsa de Pandoro, abierta todavía, rodeada de cachivaches.
--¡A la bolsa, Danki!
--¿A la bolsa? ¿Pero cómo vamos a caber ahí dentro?
--Danki, no me hagas preguntarme cómo pudimos caber dentro de un tebeo.
--Vale, vale, como digas.
--Gu.
Los tres hermanos se lanzaron en plancha contra la bolsa abierta. Mozzarello y Pandoro hicieron "¡glups!" cuando las manos de la momia los sujetaron por el cuello.
Y, sí, efectivamente, Lala tenía razón.
El sarcófago por el que habían venido no era puerta de salida de este tebeo de locos.
Pero la bolsa de Pandoro sí.
Se dieron un chapuzón la mar de lindo dentro de la bolsa mágica.
Y desaparecieron.
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