La nave zargiana se estrelló en un trozo de desierto azul que se volvió amarillo y rojo con la explosión. Desde las alturas, Roy Rocket y los nuevos miembros de su banda de rebeldes contemplaron muy muy apenados el destino de Watson 1-2-3.
--Una lástima --comentó la Princesa Arena.
--Es el triste final de un fiel compañero --murmuró Roy Rocket, la mandíbula apretada y la cara de tres metros, pero sin soltar ni una lagrimita ni nada, el tío.
--Ay, sí --moquearon entristecidos Danki y Lala.
--Nunca olvidaremos que fue un amigo leal.
--Ay, sí.
--Valiente como ninguno.
--Ay, sí.
--Con una memoria RAM autoampliable que era la envidia del planeta.
--Ay, sí.
--Y que nos salvó la vida treinta dos veces. O quizá fueran treinta y cuatro.
Él llevaba la cuenta.
--Ay, sí.
--Beep.
--Y que nunca dijo una palabra de más.
--Ay, sí.
--Beep.
--Ni de menos, claro. No hablaba.
--Ay, sí.
--Beep.
--Tan limpio. Tan metálico. Tan brillante. Me parece que lo estoy oyendo decir "Beep".
--Ay, sí.
--Beep.
Se volvieron sorprendidos y allá estaba Watson 1-2-3, revoloteando en la cabina del cohete. Y es que claro, con la tensión del momento, se les había olvidado que Watson podía volar y que no era tonto. En cuanto vio que Roy Rocket se salvaba, se soltó de la pared del cohete zargiano y regresó al suyo. Pan comido.
Después de darse palmaditas y reírse y felicitarse por lo guapos y lo listos que eran todos, Roy Rocket metió el disco que había conseguido en la nave enemiga por una de las cuarenta y siete ranuras del robot.
Y entonces descubrieron cuál era el destino de Dulce Peregrina.
--¡No puede ser! --exclamó Roy Rocket.
--Tenemos que intervenir inmediatamente --dijo la Princesa Arena.
--Beep --trinó Watson 1-2-3.
Y es que Dulce Peregrina había sido secuestrada, sí. Por un gobernador, un virrey, o un coronel con mando en tropa del corrupto Emperador Nok.
Pero el plan no se detenía ahí.
Dulce Peregrina había sido llevada a rastras a la capital del planeta, Nokópolis.
Y allí, dentro exactamente de tres horas, iba a casarse a la fuerza con el Emperador.
Mira por donde, pensó Danki, ahora Roy Rocket puede por fin casarse con la Princesa Arena.
Mira por donde, pensó Lala, una menos en la competencia.
Pero naturalmente Roy Rocket no iba a dejar las cosas así. Era el héroe de su tebeo, Dulce Peregrina su prometida, la Princesa Arena andaba enamoriscada del atontado de Kan, el hijo del Emperador Nok, y aquello de secuestrar astronautas rubias y obligarlas a pasar por la vicaría a la fuerza era una grosería que no se podía aguantar.
Roy Rocket se puso al mando del cohete y antes de que los demás tuvieran tiempo de amarrarse a sus asientos, enfiló derechito hacia la capital del planeta.
Los esperaba una buena batalla allá en Nokópolis.
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