El Capitán Jungla podía hablar rarito y vestirse de una forma más bien estrafalaria, pero Lala no pudo dejar de reconocer que estaba hecho un cachas, el tío. Se rascó por debajo de la nariz, hizo otras dos morisquetas que a lo mejor significaban algo en el lenguaje de los orangutanes con los que se había criado, se rascó bajo un sobaco, cogió con un brazo a Danki y con el otro a Lala y fiuuu, se agarró a una liana y arriba que fueron los tres, como un yoyó de tres cabezas. Una voltereta, una caída a ciegas mientras se balanceaban de una rama a otra, una voltereta más y aparecieron en lo alto de un árbol tropical exótico y frondoso, y vieron el sendero desde las hojas.
Lala sintió que se le revolvía el pan con chocolate que se había zampado en el mundo del que venía mientras le daba vueltas y más vueltas al libro de física cuántica. Danki, por primera vez en su vida, experimentó un poquito de piedad por los balones de basket que él mismo lanzaba a la canasta.
--Jolines, ponen al tío este en un parque temático y se forran. Qué mareo --rezongó Lala, arreglándose una trenza.
--No hablar. Ellos estar cerca.
--¿Ellos? --preguntó Danki, alerta--. ¿Se refiere a Pis-Pis y el tipo vestido de negro?
Ninguno de los dos hermanos supieron cómo lo consiguió, pero con antifaz y todo el hombre de la jungla se las arregló para enarcar una ceja.
--¿Pis-Pis? ¿Tener que ser precisamente ahora?
--No, no queremos hacer pis todavía --aclaró Danki--. Es nuestro hermano pequeño. Un bebé. Lo llamamos así porque...
--Yo entender por qué ese nombre. ¿Bebé perdido en jungla?
--Secuestrado más bien --dijo Lala, que no se podía estar callada dos segundos.
--Por un tipo vestido de negro y con muy mala pinta.
El Capitán Jungla enarcó la otra ceja.
--Mmm, deber ser Masalfasán Malasombra.
--¿Lo conoces?
--Viejo enemigo de Capitán Jungla. Yo haberle dado su merecido montones de veces. Pero ser testarudo. Siempre regresar a por más leña.
--Pues ese tipo tiene ahora a nuestro hermanito. Lo secuestró de casa y se metió en el tebeo.
No le podía ver los ojos, pero Danki se habría jugado el cuello a que el Capitán Jungla parpadeó.
--¿Qué ser tebeo? ¿Verbo ver? ¿Tu ver a mí?
Danki se dio cuenta de que, por algún motivo, había metido la pata. Él y su hermana pertenecían al mundo "real", al mundo de fuera del tebeo. No se le había ocurrido hasta ese momento que el Capitán Jungla no supiera que para ellos no era más que un personaje de ficción quien, por arte de una magia que no comprendían, había cobrado vida. No podía explicarle eso al Capitán, entre otras cosas porque no sería capaz de hacerse entender. Y no debe ser muy agradable que te suelten a bocajarro que no existes, que eres sólo un dibujito en un montón de papel, que ganas las peleas porque tienes de tu parte al dibujante y al guionista. Danki recordó una vez que su madre soñó que le tocaba la primitiva, y al despertarse y ver que era mentira cogió una depre que le duró una semana, hasta que al menos pudo consolarse con el reintegro del sorteo del sábado.
Pero no tuvo tiempo de contestarle al hombre-mono. Un tam-tam resonó por toda la jungla, tapando con sus letras mayúsculas las palabras del bocadillo que contenía los pensamientos de Danki, lo que fue una suerte. El Capitán Jungla enarcó otra vez la ceja derecha y se asomó a una rama. Agarrándose fuerte para no pegarse el trompazo padre contra el suelo, porque debían de estar a unos diez metros de altura, Danki y Lala lo imitaron.
Una procesión de nativos avanzaba por el claro donde ellos habían sido atacados por la pantera. Debían ser unos quince o veinte, y llevaban las caras pintadas de colores casi punkis, rojos, verdes, amarillos y granates, y empuñaban lanzas y cantaban canciones que no habrían desmerecido en nada al número uno de la semana en los cuatrocientos principales.
Entre ellos, dentro de una jaula de cañas de bambú, había un hombrecillo regordete, con gafas sobre la nariz y una barba blanca que lo hacía parecer salido de Blancanieves y los siete enanitos, aunque en vez de un gorrito de lana llevaba un salacot con la pegatina I Love Navacerrada.
El desconocido iba apuntando en un papel un montón de cosas, como si hiciera testamento o se le terminara el tiempo de un examen y acabara de darse cuenta de cuál era la respuesta del problema de mates que se le atragantaba. Tenía dentro de la jaula un palo largo y fino, rematado por una red. ¿Una caña de pescar? No, más bien parecía una especie de cazamariposas. Tenía toda la pinta de ser uno de esos sabios estrafalarios que son capaces de comprender en un periquete la teoría de la relatividad pero se forman un lío con el cambio cuando compran el pan en la tahona de la esquina.
--Mmm --dijo el Capitán Jungla, por lo visto aquello de "Mmm" era su frase favorita--. Los burundús volver al sendero de la guerra. Ser extraño. Su jefe Borongo estar estudiando en Oxford. No querer perderse la regata.
El sonido del tam-tam se hizo ensordecedor. Entonces, de otra parte de la jungla, otro tambor lejano respondió al primero, más acelerado y con tono más agudo. El estrépito fue mayor que las procesiones del día de la Patrona que tanto asustaban a Pis-Pis cuando era todavía más pequeño.
--Esto no gustarme nada --dijo el Capitán Jungla, y se agarró a una liana y se fue literalmente por las ramas. Como él lo lograba con enorme naturalidad, los dos hermanos hicieron lo mismo. No les salió con la misma gracia, pero por lo menos no cayeron en medio del desfile de tambores y lanzas.
Danki y Lala se morían de ganas de contarle al Capitán todos los pormenores de su llegada a la selva, para ver si el hombre-mono los ayudaba a rescatar a Pis-Pis y le daba la del pulpo a aquel tipo de negro, el tal Masalfasán Malasombra, que mire usted por donde tenía por iniciales MM, como la frase favorita del Capitán pero sin una m minúscula. Pero ahora había algo que requería la atención del justiciero enmascarado.
Porque los nativos llevaban al hombre de la jaula hacia un poblado donde humeaba un enorme caldero de agua hirviendo. Danki había leído suficientes tebeos en su vida para darse cuenta de que los burundús, a cuenta del profesor distraído, iban a prepararse una buena sopa.
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