Nunca me gustó de niño, como tampoco me gustaba Randolph Scott: los veía a ambos demasiado viejos, demasiado curtidos para ser lo que eran, hombres y héroes del oeste. Prefería entonces a Gary Cooper cuando hacía de Buffalo Bill, o a Errol Flynn que se moría con las botas puestas y atravesado por la lanza de Anthony Quinn, o a Gregory Peck que se daba unos mamporros enormes con Charlton Heston.
Luego, de algo más mayorcito, empezó a caerme mal, por aquello de su leyenda de reaccionario impertérrito, de vejestorio empeñado en que las generaciones más jóvenes vieran, quizás como él, la vida en blanco y negro.
Entonces lo vi, en versión original y un domingo de carnaval por la noche, haciendo de Sean Thorton en El hombre tranquilo y vi que, como supe luego que dijo Howard Hawks, el gigantón sabía actuar, y que tenía sentido del humor, y que además (vimos la peli en la segunda cadena, en versión original) tenía una voz hermosísima, posiblemente una de las mejores voces que ha habido nunca en la gran pantalla (más tarde, además, aprendí que esa voz era aprendida, igual que eran aprendidos sus movimientos).
En algún momento posiblemente recordé lo mucho que me había gustado y divertido en El Dorado, que sigue siendo mi segunda película del oeste favorita porque pronto la desbancó Centauros del desierto, donde John Wayne bordaba su papel de miserable jayhawker entregado a una causa perdida y algo indigna.
He visto muchas películas del viejo John, y tengo que reconocer que un buen montón de ellas son obras maestras. Sí, vale, ni Los boinas Verdes ni El Alamo pasarán a la historia de la historia del cine, pero si hace uno la cuenta de sus películas del oeste, de sus muchos personajes enormemente parecidos pero a la vez enormemente diferenciados, se da cuenta en seguida de que el viejo Wayne (entre la admiración y la repulsa le di su apellido a un personaje de Lágrimas de luz, por cierto) tenía buen ojo para rodearse de genios, y los genios, aunque fueran tuertos y borrachines, tenían buen ojo para usarlo como comodín en casi todo lo que hacían.
Fue además el capitán Kirby York, Ringo Kid, el sheriff John T. Chance, John Elder, Chisum, tuvo una taberna en los mares del sur, invadió Iwo Jima sin moverse de casa, cazó en Africa, fue detective duro y centurión romano, le gustaban el whisky y las mujeres latinas, tuvo dos cojones de enfrentarse allí solito a un auditorio lleno de jóvenes radicales cuando lo de Vietnam y no perdió ni la elegancia ni la sonrisa, se ligó a Kate Hepburn pese a su físico y a que a su personaje le faltaba un ojo, y además en su tumba perdida escribió como epitafio aquello de "Feo, fuerte y formal", en español.
Se llamaba realmente Marion Morrison, pero ese nombre de niña no le pegaba nada y por eso se lo cambió a John Wayne. Hoy cumple cien años.
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