Las piezas dispersas del puzzle (¿o del tablero de ajedrez?) se van uniendo. Aunque queda poco tiempo y poco espacio para las sorpresas, se producen. Nada está asegurado (en este tipo de series uno agradece que los actores firmen la renuncia a dar la tabarra si es necesario liquidar a sus personajes), y el penúltimo capítulo aumenta la sensación de cuenta atrás eliminando expeditivamente a varios.
La serie, que ya se ensanchó hacia un futuro probable apenas dos capítulos antes (aunque parezca que ha pasado una eternidad), busca también la salida de un ensanchamiento hacia atrás, revalidado por la madre (y el padre muerto) de los Petrelli, el padre de Hiro, y el milagrero Lindermann. Queda por saber quién de todos siguió el camino del Sith y quién continúa siendo Jedi, porque las motivaciones de los viejos poderosos siguen estando en la sombra.
Hiro ha encontrado al dragón, y al parecer no era tan feroz como lo pintaron, literalmente. Ando, siempre sanchopancesco, va al encuentro de su destino. Impagable para qué usos quieren a Micah. Ya tenemos el equivalente a Calibán y Sylar es más Magneto que nunca.
Queda un capítulo doble para que nos sintamos muy solos.
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