A veces la belleza, como la felicidad, pasa por tu vera sin que te des cuenta, ocupado en envidiar la felicidad de los otros o contemplar otros tipos de belleza. Es el caso de esta torre mirador gaditana, de planta octogonal y extraño color terrazo, que se alza en un laberinto de casas apretujadas donde no parece haber calles siquiera.
La Bella Escondida, se llama esta torre, una de las ciento veintiocho torres mirador supervivientes de las ciento sesenta torres que un día contemplaron el mar desde el redondel de Cádiz. Quizá tantas torres, piensen ustedes, sea un celo excesivo hacia el agua, un descaro impertinente hacia las demás torres: es posible que por eso, además, la ciudad esté minada de túneles subterráneos que la conectan de una punta a otra, para llevar a cabo transaciones comerciales fuera de la vista curiosa y los ojos espías de la competencia naviera.
La Bella es bella y en la foto se nota. Y se esconde porque tiene una extraña particularidad en su trazado: no se ve desde la calle. Pasas por su lado y no notas que se eleva orgullosa y a la vez tímida. Para apreciar su existencia hay que localizarla desde otra torre o, con suerte, desde una azotea.
Tiene un no se qué de embrujo, su nombre, su estampa, su historia. Aquí hay material para escribir ficciones: de princesas enjauladas a la vista de todos, de sectas diabólicas que dibujan octógonos entre el cielo y la tierra, de empresas rivales y amores secretos, canciones de voz invisible, jardines transparentes y susurros en la noche allá donde no hay más que pared y silencio.
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Categorías: Cosas de Cadiz