Están para que te quieran y para que te hagan daño. Para que los quieras y les hagas daño. Para traicionarlos y para que te traicionen. Para que te perdonen y los perdones. Para acompañarte en ese espacio de tiempo limitado que porque nos gusta engañarnos hemos llamado "siempre".
Vienen y se van. Venimos y nos vamos. A veces pasan años y nada ha cambiado. A veces pasa un minuto y no los añoras nunca más. Los vas cambiando por otros, te van cambiando por otros. Los arrinconas y te arrinconan cuando llegan las primeras novias, los primeros trabajos, las primeras emigraciones voluntarias o forzosas. Algunos te duran más tiempo y están siempre ahí, como crees que van a estar siempre tus padres, como deseas que estén siempre tus hijos. Otros desaparecen, o cumplen su función perfecta durante una temporada y pasan a convertirse en eso que llamamos solamente "conocidos", aunque les quedará el París de nuestros recuerdos y de la época en que coincidimos.
Hay veces en que, por tu bien y por su bien, hay que decir, como escribía Juanjo Téllez, buenas noches a tiempo, y marcar una raya de tiza invisible que nadie debe volver a cruzar. Por la misma razón que no se da cocacola a un niño o una limosna a un drogadicto conocido. Hasta aquí hemos llegado, adiós, si es que hace falta. También en la vida, lo quieras o no, hay separaciones por capítulos. Es entonces cuando te das cuenta de que la literatura miente y no hay amistades eternas, porque tienes que elegir una opción de cordura y no puedes ser ni salvavidas ni Pepito Grillo de otros todo tu tiempo. Duele. Casi tanto como un palo amoroso, o quizás mucho más que una ruptura de novios.
Luego la vida le pasa factura a esos otros que dejaste de ver, y te enteras de que están allá donde no tienes acceso, y aunque sabes que ya no son lo que un día fueron, que aquel común denominador que os unió una vez no es más que recuerdo recompuesto, no dejas de sentirte culpable, y hasta un poco responsable, más solo, más triste, más viejo.
La vida, después de todo, sabe ser agria en los momentos dulces. Hay pájaros de vuelo enloquecido que nunca se dan cuenta de que por muchas jaulas que esquives o cambies, todas tienen barrotes.
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