Desde que George Lazenby dijo (en inglés) aquello de "Vaya, esto no le pasaba al otro tipo", los seguidores de las aventuras cinematográficas del agente secreto más conocido del mundo hemos desarrollado la particular teoría de que la saga de 007 no nos está contando las aventuras de un solo agente, sino de muchos, y que tanto la sigla doble cero como el nombre de marca James Bond son una tapadera para encubrir la identidad, el pasado y hasta la personalidad del nuevo espía que ocupa el nicho.
Sí, ya sé, hay cosas que no encajan (el coñazo que suele dar Felix Leiter en sus diferentes encarnaciones, por ejemplo; los distintos rostros de Moneypenny; la viudez del Bond Lazenby que heredó el Bond Moore), pero yo diría que esas cosas chirrían menos que el cacao maravillao mental que tienen en todo lo alto los productores, que no se aclaran, y que ahora pretenden con esta nueva entrega, Casino Royale, mostrarnos a un James Bond... ¡primerizo!
Uno está de acuerdo en que, como el gato es suyo, pueden follárselo como quieran, pero después de veinte películas (veintitrés, si contamos la Casino Royale televisiva, la Casino Royale paródica original, y la vuelta al redil de Connery con Nunca digas nunca jamás; no contemos el cameo que hizo el personaje de la mano del mismo Connery en La Roca) intentar colarnos la trola tremebunda no de que Daniel Craig es James Bond (que sí, cuesta un rato creérselo) sino de que es novato, brutote, apasionado y comete errores, es algo que no se lo cree Judy Dench ni los propios guionistas. Cuánto más fácil sería aceptar que han existido otros 007 previos, a los que hemos conocido (nosotros y M) en el pasado, y que ahora este rubio fortachón que parece recién licenciado con deshonor del SAS británico ha sido elegido a dedo tras Brosnan para ocupar el puesto... Las conversaciones a medias entre M y Craig así lo sugieren, la propia Judy Dench (que avanzó la saga al interpretar por primera vez a un M femenino y que se volvía loca contra Brosnan), dice aquí una línea de diálogo que parece hacer un guiño al comentario que ya hiciera al ex-Remington Steele en su primera andadura: "Es usted un residuo de la Guerra Fría", le espetó entonces, mientras que ahora, ante las brutalidades de aquí el rubio de los ojos azules (que encima va por libre toda la peli), dice "Cuánto echo de menos la Guerra Fría".
Pero no, no se han atrevido. Nada hay más cagueta que el dueño de una franquicia. Y eso que hay elementos en la película que indican que la idea pudo estar en la mente de los guionistas, del director (que ya reintrepretó la serie con Goldeneye hace ahora once años) y del autor de la banda sonora: se escamotea todo el rato el tema de Bond, que no suena hasta los títulos de crédito; la escena final, la única en toda la película en la que Craig dice "Me llamo Bond, James Bond" queda hueca porque todo el rato lo ha llamado así la gente, cuando habría sido más sencillo que sólo se llamara 007 hasta ese momento de asumir la personalidad del agente británico.
Por lo demás, la película intenta huir del esquema Bond de siempre pero no lo consigue: cuando se acerca al Bond de siempre (o sea, las escenas de acción) siempre recuerda a algo que se haya hecho con anterioridad; la maldita manía de mover la cámara hace que no se vea un carajo en las escenas de peleas; y cuando intenta hacer una película de espías pijos en ambientes decadentes (o sea, la hora larga que dura la partida de cartas) acaba siendo soporífera y aburrida. No basta querer innovar: hay que saber dónde y por qué se innova, y después de veinte títulos de franquicia se me antoja un esfuerzo infructuoso, un quiero y no puedo, un pedirle peras al olmo. Los malos son de segunda categoría; la trama, tonta, previsible y confusa: reconozcamos que Casino Royale, la novela, es poco cinematográfica en su concepción (también en cómic es un poco pesadita), y sólo se salva la escena de la tortura y el rescate in extremis... rescate que difiere con el del libro, mucho más directo, salvaje y augurador de cosas por venir (un inciso para recordar que Bond es marcado en la mano como "Espía" y el MI-6 tiene que quitarle un trozo de piel de la sien para cubrir la marca, detalle que Fleming se encarga de recordar en todas sus historias).
Craig no es mal actor. Pero no es Bond. O no es "nuestro" Bond. No puede ser el Bond que los productores pretenden que vaya a ser luego (sobre todo porque la historia se desarolla "ahora", en un mundo post 11-S). No es suave. Es demasiado letal, demasiado brusco, sin el sentido del humor característico de al menos cuatro de sus predecesores (Connery, Lazenby, Moore y Brosnan; no recuerdo si Dalton hacía comentarios jocosos o estaba demasiado preocupado posando). Más bruto que un arao, para entendernos. Está claro que al escribir el guión no tenían en mente a Brosnan, ni a Ewan McGregor, sino al Jason Statham de Transporter (la escena de la pelea en el camión recuerda a la escena del camión de Transporter... que a su vez era un "homenaje" casi plano por plano y stunt por stunt a En busca del Arca Perdida). Por cierto, menuda escena tonta en el aeropuerto: con la que está cayendo en el mundo, ¿ustedes creen que van a presentar un prototipo de avión... de noche? Casi igual de tonta es la persecución dando saltitos manumaná por media Africa (¿una forma de reconocer que ahora Bond tiene en Spider-Man y los superhéroes a su peor enemigo en el box-office?). Y cuánto corre este hombre en toda la película.
Eva Green es sosa, enormemente sosa. Una chica Bond más cuya historia no interesa y no apasiona: resulta increíble que semejante maromo pase de ser el bruto de la historia a soltar las cursiladas que suelta en los últimos y larguísimos minutos de la película. Judy Dench está bien en su papel de madrecita (¿enchufadora?) de 007, aunque hay que pegarle un tirón de orejas a la traducción o el doblaje: No tiene lógica que M tutee a Bond; eso le da una cercanía a la relación entre ambos innecesaria y contraria a la tensión que existe entre ambos.
La deducción del pasado de Bond que hace Eva Green, por cierto, contradice la biografía más o menos oficial del personaje, con lo que una vez más podemos apuntar a un deseo no consumado de contarnos que este Bond, en realidad, es un Bond nuevo que sigue la estela de otros Bond que ya no son.
Y todo este rollo de contarnos un Bond novato para, oh, pasmarse porque existen organizaciones de espías que el MI-6 no controla (Smersh en la idea original). Lo mismo se animan y al final acaban por hacer un remake de Doctor No. O de Vive y deja morir, que es la siguiente novela.
Porque sin ideas parece que se han quedado de todas todas.
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