No sé si saben ustedes que el cuartito donde escribo no es ni siquiera una leonera. Es, como dice mi mujer, el trastero de la Biblioteca Nacional. Un puro caos, libros y comics por todas partes, cedés sin carátulas, carátulas sin cedés, lápices despuntados y bolis que perdieron el capuchón, folios arrugados, textos impresos y desparejados, cajas de libros propios y de libros ajenos, un Don Quijote manchego de origen que era de un bello color madera y ahora parece el hueco de las escaleras de entrada de la casa de la familia Adams, doce cajas de plástico conteniendo herméticas veinte años de comic-books americanos que nunca volveré a releer y que tampoco podré vender ni subastar, por aquello del difícil acceso y las nulas ganas de clasificarlos (o sea, en efecto, que el día menos pensado me lío la manta a la cabeza y los reciclo todos en los contenedores de la esquina, los papeles viejos al de papel, las cajas de plástico al trastero de la azotea).
Caos y todo, a mí me parece un sitio acogedor, aunque me gustaría tener algo de espacio para maniobrar de vez en cuando. Razón tenía el maestro (Umbral, claro) cuando dijo aquello de que las casas crecen hacia adentro.
Pues bien, con eso de que el ordenador hizo por fin tiroriro pío pí hace tres días y ando a la espera de que llegue uno nuevo (ahorita mismo escribo con el portátil), decidimos ayer por la tarde ordenar un poquito la cosa, aunque yo ya me imaginaba que iba a ser tarea imposible. Después de despiojar la leonera de dos bolsas de papeles y revistas, y que no parezca que todo está peor que antes (pero lo está, aunque con menos polvo), nos dio por montar el mueblecito que mi mujer me regaló allá por octubre paras sustituir a la madera desvencijada donde se sostenía la impresora, la CPU y el escáner. Y ya pueden ustedes imaginar, con esos muebles que se montan solos y no traen la llave de marras para ajustar los tornillos, todos despatarrados por el suelo con la levantera que hacía (y hace) y nos impedía abrir una maldita ventana para coger aire, una hora y pico hasta que todo encajó como Dios manda.
El problema es que no cabe en el cuarto. Que tiene medio metro o así más que la mesita previa y ahora ando loco intentando ver si puesto de un lado cabe o si puesto del otro cabe mejor. Muy chulo el mueble, con su sitito para la CPU y su sitito para el teclado, y su huequecito para la impresora... pero ahora a ver quién es el guapo que le explica a la parienta que eso es una mesa de ordenador, no de impresora, que es lo que hacía falta, y que así no hay quien sea capaz de ordenar las ideas, si no hemos sido capaces de ordenar los papeles y los tiestos.
En fin, creo que poniendo la silla colgada de la lámpara, dejando la puerta siempre abierta y cruzando los cables por la derecha de la impresora me cabrá el teléfono. Voy a intentarlo de nuevo.
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