2006-05-23

809. BARRIO

Duele cada día sentirse intruso en tu propio barrio, aunque ya no recuerde más que a ratos que ese barrio alguna vez fue mío. Lo noto en la mirada de vecinos que desconozco, de niños que juegan en patios donde yo también me lastimé las rodillas y vendí tebeos y jugué al puli y me atacaron los perros. Me miran como si yo fuera un desconocido, sin saber que los desconocidos son ellos, que han ocupado por mí el sitio que yo una vez ocupé en estas cuatro calles que fueron mi infancia, mi adolescencia, mi juventud.

Mi barrio. Nuevo, cuadrado, tenía aún en aquella época esa pátina de sitio donde empezaba la vida: la panadería nueva, la confitería Benítez, Los Álamos, Los Álamos Chicos, Los Tres Álamos, el estanco. El Pekín, el supermercado que antes me parecía enorme y ahora me produce claustrofobia en su ordenada estrechez. Casas soleadas, incluso una con chaflán, las clases sociales separadas conforme ibas alejándote por Ruiz de Alda hacia la Avenida: La Granja Santa Ana, que hoy casi no queda, y al fondo, a cada esquina de la calle, frente al colegio que no era mío entonces y soy de él ahora, dos cines, de invierno y verano, Imperial y Delicias. Y ya en la calzada, el rastro del asfalto oscuro y la marca de la vía de un tranvía que monté por última vez una noche de mayo.

Antes, al otro lado justo de la calle, tras mi ventana y mi balcón, había la nada: la línea del tren donde una vez vi a una bruja, la selva en pequeñito donde jugábamos a levantar tiendas de campaña, y la bahía enorme abierta a la mirada. Luego fueron construyendo casas prefabricadas, y de aquel magnífico panorama no quedó nada más que un frontón de color asfalto lleno de gentes que, una vez más separadas por la marca de la vía del tren, supusieron la primera llegada de desconocidos a la zona.

Entre la avenida y la vía del tren, mi barrio era, sí, de clase obrera tirando a clase media. Había quien ya en los sesenta era capaz de entramparse y comprar un campito en Chiclana. Todos se conocían por su nombre porque todos trabajaban en el mismo sitio, y no había fantasmas de paro ni futuros de reconversión a la vista.

Los niños de aquel barrio no sabíamos entonces que íbamos a dividirnos entre quienes tendríamos que estudiar bachillerato y luego una carrera y aquellos a quienes esperaba el colegio de Puerto Real y los primeros sueldos en la factoría de barcos; nos daban una mezcla de envidia y de pesar, porque nosotros no teníamos claro lo que íbamos a ser en la vida, pero intuíamos ya que nuestro futuro no iba a ser el de ellos. Alguno, con el tiempo, heredó aquellas casas que entonces eran nuevas y hoy no reconozco, pero la mayoría vive en otros lugares, en otras ciudades incluso, cerrado el Astillero y más ajenos aún que yo al recorrido de sus calles y sus plazas.

Ha ido cambiando poco a poco el barrio con el paso de las décadas, pero no es hasta hace un par de años que me he dado cuenta de que mi barrio ya no es mío, quizás desde que murió mi padre. Ya no voy a la peluquería de caballeros de Juan Pérez (que murió también), y donde más que a cortarme el pelo iba a pasar un buen rato escuchando las bromas que se gastaban Pedro y Juanito Junior. Cerró el Pequeño Nansa y en su lugar florecieron casitas adosadas. Los Álamos ahora es una panadería chiquitita que a la vez vende periódicos. No sé quién atiende ahora en La Gloria. Los Álamos Chicos y la tiendecita de aquella morenita mona que me vendió el número catorce de Spider-Man hace tiempo que son un asador de pollos de mi vecino Nicolás. Se murió Virtudes, se murió El Viejo, se murió la Concha, se murió María la Gorda. Se murió Juaquinito y no pudo conocer a sus nietas. El cementerio de los ingleses donde comíamos vinagretas es ahora un parque donde la gente se pincha y peregrina una vez cada no sé cuántos meses para que le sellen la tarjeta del paro. La confitería Benítez (se murió Benítez, claro) fue una especie de puesto de chucherías hasta antes de ayer: hoy es una inmobiliaria que advierte, sin que nadie se de cuenta, que ya hay buitres esperando para cuando desaparezcan del barrio las últimas viudas de aquellos hombres que no compraron sus casas hasta poco antes de morirse (porque las casas, hasta hace muy poco, fueron de Astilleros).

Un día nos borraron la vía del tren y ahora si te asomas a los balcones ves una avenida veloz y unos jardines hermosos que durarán hasta que la gente decida que es divertido romper las cosas. No hay sitio para aparcar en todo el barrio. Una nueva generación de vecinos me mira con extrañeza cuando cruzo el patio de mi casa o intento abrir con mi llave la cancela de hierro que montaron mal cuando yo me fui. He olvidado los casi nueve años, de los treinta y uno que viví aquí, que pasé caminando cada mañana hacia el cole, al fondo de la calle, como si no hubieran existido o los hubiera imaginado sin ponerlos por escrito (he olvidado, creo, todos los años ochenta).

Hay niños nuevos que ya no juegan al fútbol aunque todos llevan la camiseta amarilla, y adolescentes ombligueras que no se parecen a sus madres, o al menos a las madres que habrían sido sus madres si las niñas de mis pandillas se hubieran quedado aquí.

Hoy las viudas siguen soñando en el dinero que ganarán sus hijos (esos que ya no vivimos en el barrio) cuando ellas ya no estén y puedan vender la casa donde nos parieron, donde hemos vivido toda nuestra vida, esa vida que ya ni siquiera recordamos.

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Comentarios

1
De: Ojo de Halcón Fecha: 2006-05-23 21:00

Jo, la nostalgia...



2
De: Juaki Fecha: 2006-05-23 21:08

Bello. Simplemente.



3
De: Cradle_of_Freak Fecha: 2006-05-23 21:11

Mm, tampoco puedo hablar porque soy, básicamente un recién llegado, pero creo que de un tiempo a este parte sus escritos tienden a ser muy melancólicos y nostálgicos, señor Marín.

No sé, me sabe malo. A veces desearía ser capaz de alegrar a todo aquel que me rodea.



4
De: RM Fecha: 2006-05-23 21:16

La primavera es depresiva, Cradle.
Y no creo que sea un texto nostálgico: estoy diciendo que no recuerdo mis 31 años de vida allí.



5
De: Hueso Fecha: 2006-05-23 22:05

Como en la antigua casa de mi madre, que prohibieron jugar a la pelota en el patio porque un bar instaló una terraza. Hay un vecino que ha iniciado una campaña en favor de que permitan a los críos jugar a la pelota.

Ojalá tenga éxito.



6
De: Zifra Fecha: 2006-05-23 22:10

¡coño, RM! ese es mi barrio de Cádiz. Allí nos fuimos en el 75 y allí sigue viviendo mi madre. (Mi padre murió en Marzo)



7
De: RM Fecha: 2006-05-23 23:11

El mundo es un pañuelo, Zifra. Saludos de Carlos Aranda.



8
De: IGF Fecha: 2006-05-23 23:27

Soy un recién llegado pero no me resisto a comentar algo ante elñ texto de RM.
Es curioso, el otro día estuve paseando por el paseo marítimo de mi pueblo natal (Rota). Hace que no vivo allí unos 10 años. Ahora todo es, como digo, paseo, todo limpio y arregladito, pero en mis tiempos mozos aquello era una escombrera, puede decirse que yo y mis amigos del barrio nos criamos entre escombros y todo tipo de residuos urbanos, creo que estamos vivos de milagro ¿como es posible que eche de menos esos días?



9
De: Zifra Fecha: 2006-05-24 01:59

Salúdalo de mi parte :-)

Y a María del Mar Blanco



10
De: INX Fecha: 2006-05-24 08:44

Pues sí, sí que le noto yo también algo nostálgico ultimamente...¿ no dicen que la primavera la sangre altera?...con usted es al contrario professor...anímese, hombre, que dentro de nada estará dando paseos por el paseo y en pleno verano ;)



11
De: pablo marin Fecha: 2006-05-24 09:09

muy buen texto



12
De: Marion Fecha: 2006-05-24 11:59

Por un momento, he cerrado los ojos y he podido ver a mi Cádiz de hace treinta y un años, cuando la Plaza de los Toros, por la que yo solía jugar a su alrededor, quedó convertida en un solar en donde levantaron la plazoleta. Curiosamente, yo siempre viví en "la plaza de los toros" pese a que hace ya tres décadas que desapareció. Como también cojo el autobús en los cuarteles, cuando lo que se erige allí es la recien estrenada plaza de Erythea. Aún está en mi memoria cuando se entraba por los autobuses por detrás, dejándole al cobrador su moneda.
Me acuerdo del cine Imperial donde, según mi madre, les dieron por poner películas de arte y ensayo y en donde vi una peli de Louis de Funes de un extraterrestre un tanto escatológico en aquellas sillas duras como una piedra.
El freidor del gallego pasó a mejor vida pero aún recuerdo el olor de cazón en adobo cuando paso por aquella esquina. ¡Y la máquina de chicles en la pared junto a Colón! Guardaba como oro en paño aquella moneda de dos pesetas de las rubias para cuando pasara por delante.
Y me acuerdo de Pepin, el que me vendía los sobres con la estampitas para mi album de trajes del mundo. Y mi madre, que se empeñaba en llamar Adriano a la Avenida de Portugal.
Si miro con atención, aún veo los chalets en la esquina de la Avenida, en donde un perro enorme ladraba cada vez que pasabamos por delante y al que yo me empeñaba en llamar Scooby.
Mi barrio también ha cambiado. La Casa de Socorro, donde tantas y tantas inyecciones me puso Bienvenido, la derribaron a principios de los ochenta, lo justo para que pudieran sacarle a mi hermana de la nariz una pequeña bola del árbol de navidad.
Ya no hay ninguna garita ni ningún soldado haciendo guardia. Ni la marea llega ya hasta los bloques, aquellas que tantos desollones me hicieron en las rodillas por coger camarones.
En ocasiones la nostalgia es buena. Ahora que vivo "exiliada" a siete kilómetros del lugar que me vio nacer y escritos como el tuyo, RM, te refresca la memoria y vuelven a ella recuerdos que estaban enterrados. A veces, es bueno recordar.
Un saludo.



13
De: Juaki Fecha: 2006-05-24 13:16

Es verdad, a mucha gente le puede parecer nostálgico, pero a los que estamos en el exilio nos sabe a gloria.



14
De: Alfred Fecha: 2006-05-24 13:44

Pues si a mí, con mis veintipocos años, ya me andan arrancando pedazos de memoria a golpe de excavadora, como asi ocurrió con aquella bolera en la que se metió en un despiste Rafaelito, creyendo que era el Carranza, según cuplé de "Los ricos", que jamás supe por qué demonios la llamarían así, cuando era una instalación deportiva, y en la que se impartían las clases al aire libre de educación física en mi colegio, no me quiero ni imaginar lo que debe ser para ustedes, que algún que otro añito más que yo tienen ya.

Pero bueno, ya se lo cantaban en un pasodoble "Los caballeros de la edad media", al anterior alcalde, don Carlos Díaz: "Del Cádiz de mis recuerdos nada nadita me estás dejando".

Un saludo.








15
De: Anónimo Fecha: 2006-05-24 14:41

que barrio es esE?



16
De: melkart Fecha: 2006-05-24 14:44

Así que tu también eres de los de las casas de Astilleros,de las viejas o las modernas, allí iba cada mes a la compra del economato,y teníamos que cargar mi hermano y yo como burros, pués nosotros eramos de las de S.Severiano, las que estababn junto a astilleros.
Llegué al barrio cuando aún funcionaba frente a tu casa la fábrica de Gas Lebón, de ahí el nombre del barrio,recuerdo que junto a la fábrica, de cara a vuestros pisos, junto a la vía, existía un taller que construia toneles para las bodegas.



17
De: RM Fecha: 2006-05-24 14:46

Justamente, de ahí. Desde el río San Pedro llegué a ver una vez mi balcón (con prismáticos). Eran las casas amarillas y blancas.



18
De: José Manuel Serrano Cueto Fecha: 2007-06-25 17:57

Joé, Rafael, he llegado hasta aquí por casualidad y se me han saltado las lágrimas. Yo soy del otro lado de la vía, de la barriada de Guillén Moreno, aunque ahora hay quien le dé por decir la calle Cal y Canto, Marinero en Tierra o un qué sé yo albertiano; para mí siempre será Guillén Moreno. Aunque más joven, me acuerdo del cementerio y de la pastelería Benítez, a la que había que ir cruzando la pasarela... Joé, hasta tengo, en algún lado, una foto desde la pasarela en la que se ven los toneles que había antes allá donde ahora está el parking del Súper Sol. Y en la muralla, un cuatrolatas acondicionado como casa y una pintada del Ché... Joé, desde aquí, tan lejos, todo se agranda más. Un abrazo.