Tengo la inmensa fortuna de que en casa, por una de esas cosas que no comprende nadie, no se recibe la señal de las televisiones de tierra. Un misterio, porque todos los vecinos la captan bien, y en mi casa hasta nos llevamos una sorpresa cuando en la parabólica vimos de verdad la cara de Jordi Hurtado.
Pero, como dijo el otro, no hay mal que por bien no venga, y aunque me gasto una pasta en el satélite, por lo menos me evito tragarme millones de anuncios y, peor que los anuncios (que mira que los hay buenos y divertidos), ese recital de sinvergonzonería, puterío e inmoralidad que ataca a cualquier cadena a cualquier hora. Uno, ya lo saben ustedes, está suscrito a la tele de pago para ver las pelis que no le da tiempo de ver en el cine, para ver todas aquellas que ni loco pagaría por ver en el cine, y sobre todo por las teleseries.
Así, como lo oyen. De piedra pómez me quedé hace unas semanas cuando, en clase, pregunté al azar si alguien había visto Roma en Cuatro, y alguien me contestó despectivo que vaya mierda de cadena, que sólo daban teleseries. Yo parpadeé y, si me hubiera llamado de apellido Summers, estoy seguro de que habría borrado al bocazas del fondo de la clase con un rayo óptico de color rojo. Joder, le dije, ¿pero hay algo más propio de la televisión que las series de televisión, picha tuya?
Parece, no obstante, que después de años de travesía en el desierto, la cordura se empieza a imponer y el personal vuelve a engancharse a las series, no sólo a las comedietas de situación made-in-Spain-a-imitación-de-otras-series-del-pasado-americanas, sino a la ingente cantidad de buenas series que se están produciendo en estos momentos. O sea, sí, que ya veo que no soy yo sólo el que está enganchado a Medium, a Galactica, a Perdidos, a House, que ve con agrado cualquier episodio suelto de Monk, o de Frasier, o The Closers, o de El Abogado, y hasta de Enterprise, por no mencionar los CSIs ambulantes, el Princesa del Pacífico anclado en el desierto que es el casino Montecito de Las Vegas, la búsqueda de desaparecidos o las series de terror-ciencia ficción que asoman fugazmente como El triángulo de las Bermudas o Invasión (sigue sin convencerme Stephen King como guionista de televisión, lo siento).
Lo malo, claro, es que las horas del día son limitadas y delimitadas, y yo estaba tan feliz enganchadito mis lunes a Allison Dubois de Médium y ahora he tenido que cambiarla a la fuerza por Perdidos, que volvió anteayer, lo mismo que me pasó con una buena parte de la última temporada de CSI por ver Roma. Como los canales digitales son así, no puedo ver uno y grabar otro, pero al menos existe la multidifusión, a la espera de que algún día exista, de verdad, esa idea de ciencia ficción que es la tele a la carta.
Pero, sí, algo se está moviendo en las televisiones. Ya se avisa en la publicidad, "Primero en Fox", "Primero en AXN". O sea, que vienen dando atrás las emisoras de tierra porque las tendencias de los espectadores están cambiando. Ahora, a ver si nos dejamos de saturar la producción propia con comedias corales y hacemos algo pelín más serio o fuera de estudio. La nueva serie de Cuatro, Los simuladores, parece de momento un buen intento. Habrá que estar atentos.
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