Leo, en uno de los suplementos de prensa dedicados a la mujer, una crítica despiadada y demoledora hacia la última película de aquí el muchacho de la foto, Harrison Ford. La película en cuestión es Firewall, y la periodista se despacha a gusto: que si es un compendio de todas las otras películas que ya ha hecho el bueno de Harry, que si le secuestran a la mujer y la hija y tiene que ir contra reloj contra los malos que le piden que abra una caja de seguridad o tal que así, que si ya el bueno de Harry no está para esos trotes... y que a ver cómo es capaz, el año que viene si no se tuercen las cosas, con 65 tacos a sus espaldas, de volver a interpretar a Indiana Jones.
Creí que nadie lo iba a decir, y hasta me alegra que semejante crítica venga del sector paritario, menos mal. Porque, verán ustedes, aparte de que Harrison esté viejito (que de eso no tiene nadie la culpa, cachislamar), y de que tenga un ego insoportable (que no será el único en Tinseltown), y hasta mal gusto a la hora de elegir mujeres (¡Ally McBeal, puaaff!), y no tenga a un amigo cerca que le diga que da el cante con ese pendientito en la oreja, con los años que ya gasta, y que sea muy muy muy limitadito como actor y que estuvo a punto de cargarse, si le hubieran hecho caso, El retorno del Jedi como seguro que se cargó Blade Runner o Lo que la verdad esconde (un día de estos a ver si cuelgo la crítica que hice), el problema que tiene el amigo Harry es que, sí, tendrá en su cuenta corriente haber participado en algunas de las películas más taquilleras de la historia, y hasta haber sido nominado a un Oscar por Único Testigo, pero su carrera cinematográfica es de lo más irregular y decepcionante. Como otros igual que él (salta a la mente inmediatamente su competidor directo por el puesto de Gary Cooper de nuestros días, Kevin Costner, pero Costner es un director más que apreciable), Harry ha impuesto su persona cinematográfica (que no tiene por qué ser su personalidad real) a los proyectos en los que se embarca. A caballo entre Gary Cooper y Humphrey Bogart (se ve que debió leer las críticas que hicieron a En busca del Arca Perdida, el muchacho), los personajes de Harry son héroes de una pieza, malhablados pero sin pasarse, ni demócrata ni republicano, para entendernos, personajes que aparecen demasiado en las películas cuando a veces las películas ganarían si se les recortara un poquito su presencia: recuerden ustedes aquel mano a mano con Brad Pitt, que se lo comía vivo, en La sombra del diablo, donde si se cronometran las actuaciones de los dos se nota que la peli está medida para que un personaje (o un actor) no sobrepase al otro... siendo el sargento de policía que interpreta Harry poco más que un secundario al terrorista irlandés que interpreta el bello Braddie. Recuerden si no su sonrojante remake de Sabrina, o el no menos sonrojante remake de La reina de Africa con aquella rubita anoréxica y ex-lesbiana, Seis días y siete noches.
El problema que tiene hacerte un personaje, digamos de héroe de acción recio y amante de la familia, valedor de tradiciones ejemplares y tal, es que luego no puedes librarte tan fácilmente de él, por mucho que lo intentes. Y el hombre lo ha venido intentando, sí, pero con poca credibilidad propia, me parece. Vamos, que por mucho que se hiciera llamar doctor Kimball en el remake de El fugitivo (donde también se lo comía crudo Tommy Lee Jones, fíjense), uno no se pondría en sus manos a la hora de ponerse una tirita, oigan (y, si fuera mujer, y por muy guapete que sea Richard Gere, yo me buscaría otro médico corriendo). Lo mismo con aquello del presidente USA y el avión secuestrado (donde se lo comía también crudo, oh casualidad, nada menos que Gary Oldman: se ve que Harry es un actor solidario y ha decidido dejar plano a otros antes que a él desde que Rutger Hauer, nuestro Rugerón de toda la vida, le salvara la vida en lo alto del edificio Bradbury de Los Angeles y se lo comiera crudo con el parlamento de las lágrimas en la lluvia).
Y es que, quitando dos o tres películas de su filmografía... a ver, voy a atreverme: Blade Runner, Ultimo Testigo, A propósito de Henry (aunque habría que haber visto cómo hubiera resuelto su personaje alguien como, por ejemplo, Dustin Hoffman), y acaso la citada La sombra del diablo (porque Pakula sigue siendo mucho Pakula), las películas de Harry han sido eso, películas donde Harry se empeña en demostrarnos que tiene buen ojo clínico para su carrera y para la taquilla. Pero no nos lo creemos como asesino de rubias macizas, ni como espía americano contemporáneo (porque no me negarán que sustituirte por Ben Affleck no dice mucho en tu favor, ¿no?), ni como presidente, ni como abogado, ni como señor despistado que pierde esposas en París.
Donde Harry está bien es haciendo, claro, de Han Solo (un personaje secundario), al menos en dos de las tres apariciones en la saga Star Wars. Y, naturalmente, en Indiana Jones, porque Spielberg lo dirige como nadie y porque le saca todo el partido posible a su limitada vis cómica y, sobre todo, a su mejor cualidad como actor: la capacidad para expresar el dolor.
Se queja la periodista del artículo que Harry ya está mayor para hacer de Indy. Si es un Indy años treinta, sí, claro. Hoy un Indy años treinta podría hacerlo George Clooney. Pero sí un Indy años cincuenta (o, al paso que van, años sesenta). O sea, un Indy crepuscular, como crepuscular se niega a ser el bueno de Harry.
A ver en qué queda la cosa. Harry, confiamos en ti. Suerte, chavalote. Sabemos que al menos te pondrás el Fedora y te quitarás el pendientito.
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