Vaya por delante que aquí el que firma dejó de interesarse por los tebeos de la Patrulla-X allá por el número 175 USA, cuando Paul Smith fue sustituido por John Romita Jr. y las historias empezaron a no tener pies ni cabeza, y que aunque aguantó como un jabato hasta poco después de que echaran (por primera vez) a Chris Claremont de la serie y la entregaran en bandeja a Judas Iscariote, o sea, a Jim Lee, siguió haciéndolo más por vicio completista que por verdadera afición (no se preocupen, me pasa lo mismo desde hace años con Spider-Man). Desde entonces para acá, siete u ocho añitos ya, los mutantes marvelianos se han convertido en territorio comanche, una bola de nieve que gira y gira y no tiene por dónde salir como tebeo (excepto aumentar a los personajes en nómina, gambito que complica siempre aún más las cosas).
Pues en eso estamos cuando se nos presenta la película, tontamente identificada con el título original americano y ni siquiera subtitulada como "Patrulla-X" (¿los distribuidores piensan que todo el mundo sabe quién son los mutis o es que los distribuidores no lo saben y por ende no les importa? ¡Con el tirón que podría tener la historia entre los cuarentones nostálgicos que todavía no han descubierto la línea Excelsior!). Y a pesar de los recelos iniciales, de estar en sobreaviso y no esperarse gran cosa, no puede argumentarse que la película, como está el patio, sea un desastre. El argumento es más bien tontito (por no decir malo de rabiar, aunque no hay estridencias en la actuación de los malosos), la dirección pelín lenta, las escenas de lucha confusas y los efectos especiales más petardeo de luces y sonidos que verdaderas innovaciones plásticas (y para colmo de males, traducen "adamantium" por "adamiantum" o tal que así, y las voces no entran, es decir no están coordinadas con el movimiento de los labios), pero la película sí es capaz de capturar muy bien el espíritu de los tebeos, o al menos uno de los motivos recurrentes de la saga: la histeria antimutante, el mundo dividido en tres bandos contrapuestos: humanos, mutantes malos y mutantes buenos, ahí queda eso. Y además es capaz de ser todo lo fiel a los personajes de los tebeos que se puede ser, estando donde estamos y viendo la que está cayendo en el comic (y en el cine) desde hace años.
Es una película para fans, y de ahí que la gran baza de la historia sea el juego del reconocimiento. El universo mutante se ha vuelto tan grande y desproporcionado (ahogando en buena parte el desarrollo del resto del Universo Marvel) que en dos horas de película no da tiempo de meter ni a la quinta parte de ellos, de ahí que estos X-Men sean tan pocos, apenas cuatro: Cíclope, Tormenta, Jean Grey (en ningún momento "Marvel" Girl ni nada de eso), más un reticente (y muy conseguido) Lobezno. A partir de esos escasos elementos, la historia juega a que el lector/espectador identifique al Hombre de Hielo entre los alumnos de la escuela de Xavier, a Kitty Pryde, a Cannonball o a Boom-Boom, y lo mismo puede decirse de algún personaje muy secundario (Henry Gyrich), y de los diálogos, alguno de ellos realmente jugoso, como la réplica de Cíclope hacia Lobezno cuando éste se queja del traje de cuero negro: "¿Preferirías licra amarilla?", o los jocosos comentarios de Lobezno hacia los nombres de guerra de sus futuros (¿y circusntanciales?) compañeros de equipo.
Por razones bastante obvias (ya se sabe que si un guionista de cine no cambia elementos establecidos de un tebeo no se queda satisfecho), puesto que el personaje es mucho más atractivo y puede dar más juego, la teenager compañera de Lobezno (Hugh Jackman) en esta aventura cinematográfica no es Kitty Pryde ni Jubileo, sino Pícara (Anna Paquin), la niña condenada al autismo sensorial por su capacidad de absorber la fuerza vital y los poderes de aquellos a quienes toca. En el bando de los malos, junto a Magneto nos encontramos una remozada y muy atractiva Mística (Rebecca Romjin-Stamos), que aquí no es padre ni madre de Rondador Nocturno (puesto que no aparece), un Dientes de Sable (Tyler Mane) que no puede ocultar su pasado en el mundo real como luchador de pressing catch (ni los empastes en las muelas), y un Sapo (Ray Park) que elimina los matices serviles del personaje original para ganar en mortífera amoralidad... aunque para hacerlo roce el ridículo con esa lengua (Park no puede evitar tampoco demostrar a los chavales del público que él es Darth Maul, míren cómo maneja durante un brevísimo instante la barra de hierro).
Otros elementos que la película trastoca a partir del tebeo son, posiblemente, para mejor: la explicación del uso del casco por parte de Magneto; convertir la escuela para jóvenes dotados de Charles Xavier exactamente en eso, en una escuela con cursos y alumnos de verdad; el inteligente uso de los poderes magnéticos del villano y hasta de Xavier; el mechón blanco del pelo de Pícara (aunque con él la pobre parezca una mezcla de Alaska y Agatha Ruiz de la Prada). Algo menos convincente resultan los sótanos high-tech de la mansión, que bordean el fetichismo y hasta el bondage, y la aparición del Blackbird en medio de las canchas deportivas, junto con los personajes ya ataviados con sus uniformes, remiten a Los Guardianes del Espacio y el Thunderbird 2 (viejo que es uno ya, Alejo).
La película tiene todas las trazas de ser no la primera parte de una saga, aunque vaya a serlo, sino más bien un episodio piloto televisivo que es caro (para los niveles de la tele, no para los del cine) y espectacular en ocasiones, pero algo pedrestre en cuanto al pulido del desarrollo de la trama (el ataque a la furgoneta de Lobezno y el rescate de Cíclope y Tormenta en la nieve, que en vez de mutantes parecen los cuclillos de Midwich), y poco espectacular en su clímax. El defecto más ostensible como narración, a pesar de la simplificación casi absoluta que hace de las filas de la patrulla mutante, es que, como tal, los X-Men están de sobra: nos encontramos con un episodio de Lobezno en solitario en el que aparecen como secundarios los demás personajes. El carisma del Cíclope de los tebeos es aquí inexistente, y el personaje (interpretado por un juvenil James Marsden) se hace hasta antipático, un pijito algo insufrible por su falta de desarrollo como carácter dramático. Lo mismo puede decirse de una muy desaprovechada Tormenta (Halle Berry) y de Jean Grey (Famke Janssen, quizá demasiado madurita para el papel). Es de esperar que en futuras entregas de la serie (que las habrá, no lo duden) se explore más la psicología de los personajes, pues agobios existenciales como el de Cíclope, por ejemplo, no quedan suficientemente explicados. Lobezno domina toda la película, dejando claro que el personaje procede del estereotipo impuesto por Clint Eastwood, a quien el actor australiano se da cierto aire y todo.
Conjugando todo el dramatismo de los personajes, y sin beber directamente de ningún argumento de los tebeos (aunque los planes de Magneto tengan paralelo en los comics con su fugaz paso como Maestro Creador en la Tierra Salvaje), la película narra un argumento demasiado sencillo para lo apabullante de tantos personajes. En el enfrentamiento Xavier-Magneto se hace alusión a la amistad perdida entre los dos personajes, y es un buen detalle que ambos se parezcan. Alguna objeción por mi parte: Patrick Stewart es más Xavier haciendo de Picard que de Xavier, o quizás el rapado total de su cráneo no da el personaje como muchos creyeron que lo daría, sentado también, desde el puente de mando de la Enterprise. Mejor está Ian McKellen como Magneto, a pesar de que en comparación con el personaje del comic resulte demasiado viejo y que el diseño del casco sea para salir corriendo. La película no explora como debiera el enfrentamiento entre dos ancianos por un mundo que habrán de herederar los más jóvenes.
Siendo el personaje más impactante de todos los títulos mutantes, Magneto en la película no actúa como quizás podría hacerlo el Magneto de los tebeos. La revelación primera de Magneto como sometido judío (aquí convertido en adolescente por el transcurrir del tiempo, pero corrigiendo aberraciones de los últimos años de la serie, donde el guionista de turno lo confundió con Victor Von Muerte y nos lo volvió gitano) no va acompañada, lástima, por el desenlace que en los tebeos (X-Men 150) tuvo un plan similar para zanjar de una vez por todas la lucha con la humanidad. Este Magneto no asume su error, no advierte que su plan para mutar por narices a toda la humanidad no conducirá a la paz (¿no existen acaso las guerras sin que haya mutantes?) y lo equiparará a sus carceleros de antaño, ni reconocerá su error de estrategia ni su falta de compasión hacia Pícara: El Magneto de los comics (y de eso lo acusa una vez más Lobezno, convertido tal vez ex profeso en la voz de la lógica y la continuidad en la historia) sería capaz de sacrificarse él mismo y no interponer a un inocente si por un momento creyera que ese plan que aquí trata de ejecutar fuera a tener éxito.
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