Cinco y pico de la tarde. No hace frío: el sol radiante casi engaña y hace creer que vamos a empezar la primavera y no hundirnos de cabeza en lo más frío del invierno. Muchos niños alrededor, muchas madres, y sirenas a lo lejos, y globos, y vendedores de chuches que pasan corriendo, como si los persiguiera Starsky y Hutch o llevaran entre los paquetones de cacahuetes algo de origen más sospechoso. La cabalgata se acerca. En primera fila, dos furgonetas de la policía local, luego, la primera carroza que no es tal, sino algo que se le asemeja. Al fondo, en la línea recta que se pierde entre rascacielos que es la avenida, se adivina el cortejo de barbas postizas e ilusiones verdaderas. La primera carroza que no es tal, sino algo que se le asemeja, va ocupada por niños, como casi todas, y como casi todas lanzan caramelos a troche y moche, a izquierda y a derecha. Muchos caramelos se pierden entre la gente, otros se hunden en charcos de procedencia extraña, pues hace meses que no llueve. Otros nos llegan a los pies, con castañeo de dientes de vieja en la acera, y desaparecen en un plisplás de manos ansiosas de niños y no tan niños que los recogen como si fuera maná de los cielos o esas monedas, me comenta mi hermano, con las que Julio César, ahora tan de moda, regalaba al pueblo de Roma cada vez que ganaba una batalla.
Justo entre mis dos zapatos estalla un caramelo forrado de azul. Nadie más que yo lo advierte: todos están muy ocupados despiojando el asfalto, encorvados como los simios de 2001, y como la cabalgata está recién comenzada no hay tiempo ni ganas de discusión ni de pelea. Como nadie advierte el caramelo y mis hijos están lejos, me agacho a cogerlo, y apenas lo tengo en la palma compruebo a ver si es de menta, como casi todos los años, o si se ha astillado al pegarse el coscorrón contra el suelo.
Ni una cosa ni la otra. Es pequeñito, no se ha roto, tiene un envoltorio diferente al de otros años. Y entonces leo la publicidad que trae en el celofán: COPE. Y por un momento lo siento cabeza de ajo, bala de plata, agua bendita y yo vampiro.
Lo regalo a la primera niñita consternada que no tiene remordimientos a la hora de cariarse la vida.
Comentarios (44)
Categorías: Reflexiones