Ay, Dios, la que me ha caído encima. La inocentada me la han dao, y para todo el año. Bueno, me la dieron la semana pasada, que ya lo sabía yo, pero acaba de hacerse efectiva.
Soy el nuevo presidente de la comunidad de vecinos. Sí, eso, esa trampa legal que sólo sirve, según parece, para arruinar al personal cada mes, para que las facturas se acumulen, para que te vayan pasando día sí y día también un rosario de acreedores de las cosas más peregrinas: que si el telefonillo, que si la puerta, que si el contador del gas, que si la luz, que si la revisión de los ascensores (en una comunidad donde solo hay dos pisos), que si la limpieza, que si qué se yo...
La que me queda por delante, cielos, y eso que ahora todo está medio informatizado y no hace falta ni siquiera ir al banco cada mes con el estadillo de cuentas. Las cerraduras que no abrirán, la de la limpieza que no aparecerá, las antenas parabólicas que se quedarán sin cacharritos, los bajantes que se atascarán, las tuberías que se llenarán de cieno, los salideros del pub, la puerta del garaje que se irá al carajo...
Un año entero allí, yo, dando la cara. Con lo desastre que soy. Más papeles para mi caos de papeles. Qué marrón.
Aquí no hay quien viva.
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