Como la traición de una amante, que te esperas pero nunca te crees. Como la puñalada a traición de un amigo, que te duele porque no te la esperabas, de pronto, en este mundo acelerado que se salta el fotograma de las estaciones, parece que de ayer a hoy hemos pasado, sin remisión, del verano al invierno. Cuando el espejismo de los amaneceres con luz te hace engañarte con la posibilidad de que el reloj da marcha atrás y las temperaturas cambiarán como cambia el color del cielo, de buenas a primeras, sin avisar porque ya no nos creíamos ningún amago, todo se pinta de gris y el viento ya no es esa caricia húmeda que acababa por resultar molesta y se convierte en el rastro de los dedos de un cadáver sobre la espalda.
Y ya no nos sirve ni la ropa de la semana pasada ni esa otra ropa ("de entretiempo") que teníamos más a mano en las primeras filas del armario: hay que decirle adiós a los jerseycitos de hilo, a los pijamitas medio-medio, a los zapatos de empeine duro y suela de material y las chaquetas de vestir para recurrir a toda velocidad a la franela y el algodón, a la chupa de cuero y la bufanda.
Y corriendo a ver si el frenadol que nos quedó del mes de mayo no está caducado, por si las moscas.
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