Tiene que doler que te quiten el juguete de las manos. O sea, el sueño. Las ganas de hacer muchas cosas. Y de eso Joss Whedon sabe un rato, porque al menos tres han sido las series televisivas que ha levantado el tío, y las tres han tenido sus más y sus menos con las productoras, hasta el punto de la cancelación cuando iban viento en popa (caso de Angel o Buffy), o cuando ni siquiera habían tenido tiempo de soltar amarras.
Es el caso de Firefly, la serie de ciencia ficción/western que quedó abortada en su primera temporada y que se ha ido convirtiendo, por aquello del boca-oreja, la red global y el éxito de ventas en DVD en un auténtico sleeper que ha llegado a conseguir lo impensable: que un "fracaso" televisivo, sin dar tiempo a la nostalgia, se convierta de pronto en largometraje. Y así nace Serenity.
No es la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos, como parece que se empeña en querer publicitar mi apreciado Orson Scott Card. Y posiblemente tampoco sea la mejor película de ciencia ficción del año, como lleva contándonos mi no menos querido Pedro Jorge desde hace siete meses, antes de que la película estuviera rodada siquiera. Pero lo que vemos aquí es un producto digno que se define con un solo adjetivo: divertidísimo.
El trasvase del formato televisivo al cinematográfico consigue por una parte un presupuesto algo más holgado que en la pequeña pantalla (pero tampoco parece que hayan invertido mucho), lo cual es una ventaja. Trae, sin embargo, un pequeño inconveniente: la película tiene que ser, por fuerza, igual que cuando se adapta un cómic al cine, una presentación de personajes y situaciones. Y ahí hay que quitarse el sombrero, porque Joss Whedon consigue un trasvase sobresaliente. En apenas diez minutos de proyección nos pone en antecedentes de ese universo post-guerra civil, y define a los personajes con dos pinceladas y tres miradas, consiguiendo (creo) que incluso quien no conozca la serie televisiva (me temo que, en España, el noventa y nueve coma nueve por ciento de la población) logre comprender qué está pasando. Cierto que el film pertenece a dos personajes (Mal y River), quedando los otros como agradables comparsas, pero en ningún momento se nota eso que a veces lastra otras películas corales: que todos los personajes tengan sus tres minutitos de gloria y su frase para la posteridad y su encaje en la trama. Aquí, desde luego, frases para la posteridad hay muchas, y es de nuevo mérito de Whedon, quien revalida su título de grandísimo dialoguista.
El argumento de la película, con estas limitaciones, parece por un lado condensar lo que en la televisión habría podido ser al menos una temporada, quizá más. Con levísimos altibajos de ritmo, casi parece que estemos viendo tres episodios continuados (incluso hay fundidos y escenas mínimas sin diálogo que parecen el cliffanger de cada capítulo). Whedon consigue explotar a tope la idea de "futuro gastado" que ya potenciara George Lucas y nos muestra una galaxia colonizada y un batiburrillo de culturas y un gusto por lo exótico, lo oriental, lo barroco y lo barriobajuno que a veces, en la tele, no quedaban lo suficientemente explicados. Acostumbrados a la lenta exposición televisiva, ver cómo aquí los personajes toman decisiones personales que afectarán a su hipotético futuro (porque uno espera que, sí, veamos nuevas aventuras de la Serenity dentro de un par de años) choca un poco a quienes sabemos que Whedon disfruta retardando acciones y redondeando personalidades, pero también somos conscientes de que el nuevo medio es el nuevo medio y que las cosas tienen que contarse de otra manera, acelerando en ocasiones, pincelando más los personajes... y llevando a sus consecuencias definitivas a alguno de ellos, en escenas que en la tele supondrían un impacto emocional que aquí, si no los conoces y los amas de antemano, se escamotea.
De cualquier forma, analizando fríamente cómo se debe hacer un guión para el cine, cuesta trabajo imaginar que se logre llevar adelante con la friolera de nueve personajes principales, con lo que la "simplificación" del equipo es una forma más de llevar adelante la trama y preparar el camino para nuevas aventuras.
Con alguna pregunta sin resolver (¿Es el misterioso y filosófico agente un alterado como River? ¿Por qué su filosofía resulta tan parecida a la que uno imagina en el Pastor antes de que encontrara la fe?), uno sólo lamenta que la personalidad de Inara quede algo deslucida (es el único personaje, me parece, que no transmite todos sus matices, pero es muy divertido ver cómo Whedon juega con los fans y la traslada del universo geisha al universo grecolatino, quizá probándola para el personaje de Wonder Woman), y agradece que las escenas de acción, sobre todo las de acción física, estén magníficamente coreografiadas y rodadas y permitan al espectador ver claramente lo que pasa.
Me quedo con las frases finales de la conversación entre Malcom y River: para que una nave sobreviva y tú con ella tienes que darle amor. Lo mismo puede aplicarse, ya lo vemos, a las historias y los personajes que uno inventa, da lo mismo que sean para la televisión o para el cine.
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