Hace veinte, treinta años, había enfermedades que no existían, o que sólo penaban unos pocos. Luego se pusieron de moda, fruto de la publicidad, o de que en el fondo todos estamos abocados a lo mismo y hay quien se adelanta al batacazo, que siempre hay quien tiene prisa por hacerle caso a Jimmy Dean y ser un cadáver joven y bonito.
Nos dicen de vez en cuando que esto de estar aquí enganchado delante de la pantalla y el teclado podrá devenir, en el futuro inmediato, en enfermedad nociva, en malestar de uno solo, y aparte del pago en dioptrías y en dolores de espalda y el aislamiento afectivo que para muchos pueda suponer no ver de cerca a un ser humano (sea hombre, mujer, simple basurero o doctor de muchos vatios), puede que haya quien acabe por desarrollar psicopatías. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos odiado al profe, al catedrático, al jefe. Cuesta más trabajo pensar que, de aquí a ya mismo, haya algún pobre anteproyecto de ser humano que odie lo que cree que hay detrás de una pantalla.
Es el caso, ya saben, de quienes no tienen otros méritos tristes que hacer con su triste vida. Criaturas embozadas en el supuesto anonimato que creen sentir amparándose en un nick o en unas siglas (el equivalente del pasamontañas para sus livianos delitos), como si en realidad a quienes están (estamos) al otro lado de las pantallas nos interesara un ardite quién es en realidad, cuáles son sus tendencias sexuales o a santo de qué desvalida infancia analfabeta se deben sus exabruptos de hooligan de esto de lo electrónico.
Pero que ya andamos viendo que hay individuos que pueden sufrir serios trastornos de personalidad, que viven sólo para el sinvivir de ser moscas cojoneras de otra gente a quien, insisto, importan tres carajos sus opiniones, sus gustos, sus sofocos y sus disfutos, es indubitable.
¿Hay tratamiento? Claro que hay tratamiento. Desde desenchufar un botón a buscar en los periódicos las páginas de contacto.
Vamos, que si hace falta empezar un escote, yo mismo estoy dispuesto. Animo, mmachotes, no es tan difícil atinar.
Ni que os atinen.
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