Que resulta que no son la misma cosa, como bien acaba de soltarle Juan Marsé a la ganadora del Planeta de este año en rueda de prensa, por si alguien no lo sabía y/o lo hubiese olvidado de las clases del bachillerato de letras.
Pues nada, que vengo entrando ahora mismito por la puerta, después de un maratón de dos días en Barcelona, donde hemos sido invitados a la entrega del Premio Planeta 2005, por aquello de que nuestra editorial Minotauro forma parte del coloso catalán. Y si uso el plural no crean ustedes que por ínfulas mayestáticas, sino porque fuimos tres los autores de Minotauro (junto con nuestras respectivas esposas) los que hemos pasado un rato de deslumbre ante el glamour de todos esos otros escritores y todos esos nombres así de la fama periodística y tal que teníamos anoche a diesta y a siniestra. O sea, que estábamos Rodolfo Martínez (flamante ganador del premio Minotauro 2005, como saben ustedes), y Eduardo Vaquerizo (que publicaba anteayer mismo su novela).
Uno (y ahora hablo en singular), que viene de los lustres y los deslumbres de cosas muchísimo más modestas, cabeza de león en medio cola de ratón, como si dijéramos, se llena así como de orgullo tonto porque, por una vez, parece que a los autores de fantástico se nos mima y se nos toma en serio, cosa que le debemos y mucho a Francisco García Lorenzana, que ha confiado en nosotros y nos trata como a escritores de verdad, consciente de que solo faltaba continente a nuestro contenido. Daba cierto vértigo no sólo el ascensor hiperveloz (el hotel Princesa Sofía tiene 18 plantas y unos ascensores que casi nos jaunteaban) sino verte allí al lado de grandes gurus de esto de la política (Artur Mas, los duques de Palma) o de la literatura (Juan Eslava Galán, Baltasar Porcel, y prácticamente todos los ganadores planetarios de los últimos años... sí, ellas también), más esos rostros populares de los periodistas televisivos y hasta el mentalista, mago o como quieran ustedes llamarlo, Anthony Blake, con quien por fin pude satisfacer la curiosidad que hacía tiempo me reconcomía: En efecto, es un fan irredento de Bill Bixby y al personaje de su serie "El mago" debe su nombre artístico.
Risas, cachondeos, novelas esbozadas según iban asomando los nombres de los finalistas en las pantallas, los dos mensajes de algún amigo al móvil de Rudy: "Pues la ganadora tiene un repasillo" y "Levanta la mano, cabrón, para que te vea".
Y antes, bajo la lluvia que milagrosamente nos respetaba, el almuerzo con Alejo Cuervo, con Juanma Santiago, con Alex Vidal y Nuria y un montón de amigos, en un restaurante japonés que no era el habitual de ellos pero que para nosotros, que no tenemos cosas tan exóticas por aquí abajo, nos supo a gloria bendita.
Demasiadas impresiones para tan poco tiempo, ni una vueltecita por las Ramblas ni por las librerías. Visto y no visto, llegar y pegar (o no pegar). En el blog de Rodolfo Martínez (pinchando aquí a la derecha) seguro que también ven ustedes su versión de estos dos días, con fotos incluidas.
Y, eso sí, un ejercicio de valor y de educación, un momento de esos que uno presentará cuando tenga que rendir cuentas a ver si ha sido un niño bueno y le abren o no las puertas del cielo. Porque anda que no hay que tener moral (y eso que no, no nos habíamos presentado ninguno) para aplaudir y poner cara de póker cuando ves que delante de tus narices la chica de la mesa de al lado se levanta a recoger cien kilos de vellón, como si a ti no te importara ni la gloria ni el dinero.
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