A tres días de que termine el verano, y cuando ya la semana pasada nos creíamos que habían llegado ya los fresquitos de otoño, no vean ustedes cómo da zarpazos de oso herido la canícula.
No es que haga exactamente calor-calor, porque cierto birujillo sí se nota cuando uno sale al currelo muy tempranito por la mañana, cuando todavía es de noche, y recibe otra bofetada de aliento de fantasma cuando sale a estas horas a bajar la basura como buen ciudadano, convenientemente repartida en plástico y todo lo demás que huele a Dinamarca. Pero te metes en clase, o subes al autobús, o paseas por la calle, y notas que la humedad se te va pegando por todo el cuerpo y que te molestan los calcetines ejecutivos y la camisa que estrenas (porque la compraste en las rebajas de agosto, todo al cincuenta por ciento, mismamente), y observas con horror (con el horreour de los tebeos de Ibáñez) que estás dejando un cerco de tí mismo en la ropa, algo que no has hecho en todo el largo y cálido verano, porque el calor de los dos meses atrás es más reposado o será que uno viste más fresco o está tumbado al solecito, como los caimanes, en plena playa y en bañador.
Es lo peor que tiene Cadi, claro, la humedad. Uno soporta el frío (más o menos), pero lo espantoso es que cuando llevas tres mangas no te lo puedes quitar de encima, por la puñetera humedad, y acabas sudando por debajo de la camiseta si exageras y el frío se te cuela como una cuchilla de todas formas. Por eso la gente de por aquí abajo no sabe qué demontres ponerse cuando va de viaje a sitios donde te dicen que te vas a helar, porque sí, es verdad que te hielas, pero como están más preparaos que nosotros, son capaces de ir casi a cuerpecito gentil por la calle, con la camisita y una trenca o un gabán (que parece título de canción de los setenta, por cierto), y se meten en un sitio cerrado, un pub, unos grandes almacenes, un cualquier cosa, y se quitan los tíos el abrigo y ni pasan frío ni ná de ná. Y como tú no te has fiado de lo que te dijeron (y aunque te hubieras fiado sigues pasando frío de todas formas) vas con tus dos o tres manguitas, tu abriguito, tu bufanda y tus guantes... y te la coges mortal cuando entras en el susodicho pub, los grandes almacenes o el cualquier cosa. Una de las gripes más puñeteras que me he pillado en la vida fue por esa causa, allá en Cambridge, con Carlos Pacheco y Gavin Rodriguez andando a toda leche, y yo helado de frío (la temperatura se puso de pronto bajo cero y al amanecer siguiente todo estaba nevado y blanco, casi post-nuclear... de blanco nuclear, quiero decir), y aunque estuve a punto de quedarme allí tendido como un caballo renco, fue llegar al pub de treinta esquinas y cuatro cruces más allá y ahogarme de calor. Todo el mundo en manguitas cortas y yo allí, con mi jersey de lana y mi camisa gruesa.
Un coñazo, el calor, cuando te ahoga. Y un coñazo, el frío, cuando te sopla. Si es que nunca estamos contentos. La mejor temperatura, dicen, la primavera. Ya.
Entonces se inventaron las alergias.
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