Pues yo me alegro por él, qué quieren que les diga. A Michael Jackson me refiero. A Whacko Jacko, como le llaman también. Ya saben: ayer un tribunal lo declaró inocente (imagino que el término sería "non guilty") de la media docena de cargos por pederastía que le habían caído en lo alto. Y, no, antes de empezar a hacer juicios sobre una ley extranjera que desconocemos y unas circunstancias (y hasta de unos atenuantes, si los hubiere) que no conocemos, aceptemos la voz sabia de quien decide, y consideremos que sí, vale, pese a lo rarito y lo dudoso del caso o casos, el chaval ha sido declarado, eso, inocente.
Me alegro por él porque, de siempre, el amigo Jackson me ha dado un mucho de lástima. Yo lo conocí siendo un dibujo animado de una serie de televisión la mar de hortera, cuando junto a sus hermanos todavía tenía una seta de pelo en la cabeza, con canciones pegadizas que todavía de vez en cuando me vienen a la memoria: "One, two, three, A, B, C" (el colmo de la poesía lírica). Y luego, como ustedes, le perdí la pista hasta que lo fui viendo mutarse poco a poco en trasunto de Peter Pan o Peter Parker, con sus narices de quita y pon, sus barbillas cada vez más afiladas, su piel blanqueada y, oh, desgracia, recuerdo el principio de su fin, cuando se quemó la cara rodando el video de Capitán Eo y ya no tuvo que operarse por estética, sino por urgencia.
Lo tuvo todo y dicen que hoy apenas le queda nada, más que deudas y una salud frágil que, me temo, no sólo es física, sino mental. Que el chaval (que tiene mi edad, por cierto) está mal lo sabemos todos y no hay más que ir mirando todas sus diferentes encarnaduras y todas las habladurías que ha ido desatando a lo largo de los años. Jackson es, lo quiera él o no, lo envidien o lo adoren, el último gran divo, el último monstruo, y como Judy Garland antes que él, como Marilyn, como James Dean, como Brando (y en menor medida Johnny Depp) no puede tener una vida normal, ni una muerte normal. Jackson es un mito con piernas y voz atiplada, el hombre elefante de nuestro tiempo, puro exceso que ha creído quizás, y quizás ha estado, por encima de las normas de los hombres.
Tuvo una infancia de éxitos que le borró la infancia normal. Llegó en solitario a la cima demasiado pronto (en tanto Thriller lo marcaría para siempre, un hito que no llegaría a superar jamás), y sus excentricidades han acabado por pasarle factura: ser carnaza de prensa amarilla tiene su riesgo, y la vida del muchacho, entre divorcios, niños de alquiler, operaciones y manías, da para muchos chismorreos y, estoy seguro, en el futuro, para biopics y hasta (sería lo suyo) operas rock.
Me alegro por él, porque culpable o no me da lástima ver sus ojitos de animal perdido, de dios caído a tierra que no comprende el revuelo que causan sus excesos. Como su personaje en Thriller (insisto, su momento máximo de gloria, aunque luego quisiera remontarlo haciéndose malo-bueno en su otro disco importante, Bad), me da que Jackson nunca supo qué quería ser, si muchacho normal y bailón o zombi despendolado u hombre lobo u hombre pantera. Todo por divertirse, sin saber que la diversión tiene su precio.
Lo han declarado inocente y quienes temían (temíamos) por su vida si el veredicto hubiera sido el de culpabilidad tenemos, en el fondo, la seguridad de que su culebrón personal, surrealista y grandguignolesco, todavía no ha terminado.
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