Anoche, entre una cosa y otra, y a pesar de los tropecientos canales digitales, fue una de esas noches en que no hay nada que ver en la tele. Con eso de que tengo la posibilidad de ver una película un montón de veces, me molesta pillarlas ya empezadas (espero al día o a la semana siguiente), así que durante unos breves minutos, mientras cenábamos unas gambitas y un vino blanco extra-frío de la tierra, volví a quedarme boquiabierto y perplejo ante lo que los canales "normales" emiten, una de esas cosas que sólo suelo ver en los zappings cuando veo los zappings, que tampoco es tanto ahora como antes, porque como todo, cuando mil cadenas hacen lo mismo a la vez, uno ya ni mira, porque la falta de novedad mata la supuesta gracia.
El programa, claro, era ése del corazón y nombre de mayonesa con ketchup. Y entre un presentador con más frente que El Líder de La Masa, cuatro o cinco "periodistas" a cual más pijo y más aceitoso, la entrevista (por llamarlo de alguna manera) a un ser perfectamente desconocido hasta imagino que ayer, esposa al parecer de un señor perfectamente desconocido hasta la semana pasada, que según alardean ahora, y a mucha honra, fue amante o tal que así de Lola Flores.
Durante diez minutos, mientras me duraron las gambas y hasta que me quedé sin patatas, contemplé impertérrito tamaña impudicia, con la misma mirada hastiada con la que veo los documentales de la 2 (que me aburren un rato). ¿Cómo es posible que nadie lance las teles por la ventana, que no asalten como si fueran palacios de invierno los prados del rey y similares de cada una de las cadenas de la cosa? ¿Es así como muere la libertad, entre un estruendoso aplauso?
Porque, joder, ¿a quién puñetas le interesa lo que hizo o dijera que hizo o mintiera que dijo que hicieron el señor ese y una señora que ya lleva diez años muerta, y lo que diga o tenga que decir o tenga que mentir o que mugir nada menos que su mujer de ahora? ¿Y por qué ese tono de respeto a quien está, simplemente, prostituyendo sus palabras a cambio de un dinero del que ellos mismos, los preguntones (me niego a llamarlos periodistas) son los proxenetas? ¿Y por qué aplauden los aborregados del público? ¿Qué tienen que ganar? ¿Dónde está la gracia de todo este asunto? ¿Dónde la moral o la moraleja? ¿Dónde la diversión, o la inteligencia, o la importancia?
Unos ponen el culo y otros ponen la lengua. En el fondo, se trata de lo mismo: de vivir del cuento a cuenta de los tontos. Cuánta ignominia, cuánta impudicia, cuánta inmundicia, cuánta vergüenza.
Y la semana que viene, seguro que aparece el cuñado de la hija de la portera del inmueble de enfrente, que también tiene algo que decir, aunque sea con faltas de ortografía en el lenguaje oral. Y los preguntones la tratarán a cuerpo de rey, con el debidísimo respeto. Y los aborregados del público aplaudirán. Y seguirá la bola de la rueda.
Si la semana que viene vuelve a ser un sábado de los que no hay nada que ver en la tele, siquiera diez minutos hasta que me domine el asco, les prometo que me comeré las gambas y me tomaré el vino blanco extra-frío de la tierra contemplando la pared desnuda. Tiene mucho más estilo, mucha más clase, mucha más inteligencia.
Si es que en este país, o sea, aquí, no hay quien viva.
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