He vuelto hace un rato a casa y, esperándome, estaba mi nuevo libro, "Elemental, querido Chaplin", que edita Minotauro y que estará a la venta dentro de tres días.
Ya les he hablado antes de esa cosa extraña que es tener un libro en las manos, algo que ha sido tuyo y que de pronto, desde ese momento, deja de serlo. Lo huelo, lo sostengo en la mano, lo miro y lo remiro, lo sopeso. Y leo fragmentos dispersos, extrañado en muchas ocasiones de que esto que está aquí, que ya es, lo haya escrito yo como estoy escribiendo ahora, delante de esta pantalla de ordenador, mi reacción a su existencia. Es una sensación extraña, ya digo, agridulce y tierna, con su poquito de responsabilidad y todo.
Como objeto, al menos, es un libro bello. Lo releo y me siento en deuda con ese libro, con esos buenos ratos que pasé al escribirlo, con todo lo que me quedó todavía por contar de esos personajes que uno quiere, sí, como si fueran sus propios hijos. Y me queda el remordimiento, como siempre, de no dedicarle más tiempo a ese otro oficio paralelo en que me muevo, el deseo de seguir explorando el siglo veinte de la mano de Charlie Chaplin y sus fugaces encuentros con los más famosos personajes de su tiempo.
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