Llega siempre sin avisar, con un cambio de aire que te revuelve el pelo y se te cuela a traición, como una puñalada, por unos pantalones que pronto acusan demasiado su condición veraniega. Todo se carga de humedad y la luz deslumbra más que en pleno mes de julio, y se está inquieto a la sombra e incómodo al sol. Se barrunta en las prisas que viene cargado de tonos dorados, para arrastrar a su paso los recuerdos del calor seco de meses atrás y convertirnos en nostalgia de nosotros mismos.
Llega siempre sin avisar, aunque estemos esperándolo con desesperación desde hace mes y medio, y por fin se quita el disfraz de agosto remolón y nos lanza a la cara la carcajada de su existencia.
Y cae del cielo, incontenible, fría y cadenciosa, la primera lluvia de otoño.
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