Me estoy reencontrando estos días con un viejo amigo, al que no visitaba desde los lejanos días de la infancia. Con Sam Clemens, o sea, Mark Twain, con quien tanto gocé cuando se disfrazó de
Tom Sawyer, cuando me mostró el Missouri en la barcaza de Huck, cuando me puso patas arriba Camelot con su yanqui de Connecticutt, y hasta cuando dirigió el fabuloso barco fluvial, ya en mi adolescencia, en el Mundo del Río.
Me reencuentro con el escritor sin cualquier intención de adaptar el contenido de su obra a ojos infantiles (creo, de todas formas, que siempre lo leí completo), y me llama la atención la poesía de su mirada, la lucidez de su memoria, el juego de su juventud contra su senectud. Estoy leyendo, claro, su autobiografía.
Y me impactan estas palabras, por lo que significan, y que cuelgo como aviso para navegantes (y ustedes, si no ellos, seguro que me entienden):
"A veces yo mismo he sentido deseos de hacerme pirata. El lector, si mira a lo más profundo y secreto de su corazón, lo descubrirá: pero que no se preocupe por lo que vaya a encontrar allí. Yo no estoy escribiendo su autobiografía, sino la mía".
No me digan que no define perfectamente lo que es todo esto.
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Categorías: Literatura