Me da que nuestros políticos confunden devoción con monarquía, que no son capaces de aceptar que su voluntad de servicio a la comunidad puede y debe de tener un límite, que no somos eternos, que ha de entrar sangre nueva y que nadie puede estar corriendo los cien metros lisos para batir un récord toda la vida. Que se deben retirar, a ser posible pasados los ocho años de rigor en la poltrona, que eso es sano y es una de las bellas lecciones que deberíamos aprender de los yanquis por encima de otras lecciones que no son nada bellas. Que no es de recibo que mueran al pie del cañón, ordeno y mando.
Ya vieron ustedes ayer a don Manuel Fraga, el líder de la "mayoría natural" que lleva preconizando desde hace tanto tiempo. El enemigo acérrimo de muchos, un señor con una cabeza perfectamente amueblada, según he oído decir incluso a sus adversarios políticos. Un monstruo de la política, vale. Un señor que ya tiene ochenta y un años, en cualquier caso.
En cualquier profesión (lo estoy viendo este año cerquísima, con uno de mis compañeros de colegio), cuando te llega la hora te llega la hora. Te dan una palmadita en la espalda, si tienes suerte una plaquita o una cena, y hasta más ver. Supongo que habrá quien lo agradezca (jubilación, nos recuerdan siempre, viene de júbilo), y habrá a quien le siente como un tiro. Lo veo, ya digo, cada día en clase: uno de mis compas se jubilará en diciembre, y se le nota que, en el fondo, no le apetece lo más mínimo.
Pero tendrá que irse, porque es ley de vida, y se merece su descanso, sus paseítos, cultivar su césped, tomarse su copita con los amigos. Y hasta ver las obras, si le sale de sus santos cojones, que ese es el gran misterio de los jubilados.
Sigo sin comprender (o me niego a aceptar, más bien) que el caso de Fraga no sea el mismo caso. Ayer, y desde hace unas semanas, quizá desde hace algunos años, no vimos a un luchador incansable, en forma como en sus mejores tiempos, sino a un anciano que debería tener ya otros horizontes en los que invertir su tiempo. Pero, claro, Fraga (y menciono a Fraga porque estamos en un país democrático, pero el ejemplo abunda donde no lo son) es un escudo, una protección, un muro de contención para que unas siglas no pierdan su parcela de poder.
Así nos va. Qué lástima. Qué miedo.
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