Uuuf. Acabo de terminar de ver la tercera temporada de The West Wing(en dividí y en pitinglish, naturalmente), y, sí, me temo que puede ser difícil que se emita en este país, porque pese a tratar de temas que en muchos casos, para nosotros, son puritita ciencia ficción (partidos que tienen que ir mendigando, congresista a congresista, sus votos para sacar una ley adelante, ain?t it sweet?; enmiendas que no prosperan para eliminar de una vez la moneda de un centavo, que no sirve para nada y que cuesta una burrada de emitir cada año; guerra sucia con videos electorales de por medio y feministas furibundas y defensas de las mujeres islámicas, más amenazas de muerte y aliados que en el fondo tiran de los hilos terroristas, más mucho Shakespeare detrás de la representación del medley"La guerra de las dos Rosas", Coppola puro), el arco argumental termina en alto, en muy alto, cuando el presidente Bartlet tiene que decidirse, le guste o no, por cometer un crimen de estado. Y eso, claro, que todos sospechamos y sabemos y que en el fondo estará a la orden del día, es un tema peliagudo que puede herir sensibilidades cercanas.
Quizá, comparada con la brillantísima segunda temporada, esta tercera pierda algo de fuelle, pese a algunos episodios deslumbrantes, alguno ya comentado en esta misma bitácora. Aaron Sorkin sabe adónde va, y se le nota enamorado de sus personajes, y nos hace quererlos, y enamorarnos de los personajes de los que estos se enamoran. Pero, quizá también, con una investigación sobre las mentiras presidenciales que se cierra en falso (como casi toda investigación que se precie), acuciados por nadar y guardar la ropa, esto es, gobernar y conseguir la reelección, Bartlet et crew se ven continuamente superados por los acontecimientos, y no es extraño que cometan errores, algunos intencionados, otros de bulto.
Lo mejor, la jugada maestra, la aparición del candidato republicano que se las verá con Bartlet en la cuarta temporada. Un candidato al que han estado dando largas durante media temporada y al que Bartlet desprecia y evita encontrarse... aunque al final ambos se vean las caras nada menos que en los cuartos de baño de un teatro de Nueva York. La jugada maestra, decía, es que ese candidato de habla tosca, que prefiere el baloncesto a la música, zafio y cejijunto y all American, anti-liberal, es nada menos que James Brolin. Y, sí, los años han pasado por el guaperas de Hotel, y ahora se parece como una gota de agua al emperador que ahora tenemos, ese que se cae de las bicis y se atraganta cuando come galletas.
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