Decía el viejo refrán ácrata: "Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos". Una verdad como un templo, oigan, a misa debería ir eso. Lo firmo ya. Una forma tan inteligente como cualquier otra de expresar que todo en esta vida es compromiso.
Ayer celebramos en el cole el final de curso. O sea, una cena en los patios, con música de fondo (Kitaro, Enya, Sinatra... hasta la Jurado, ay), y una conversación agradable, y premios para los compas que cumplen, cielos, veinticinco añitos en la profesión. El problemón: que para dejar a los críos con la nani de confianza (la abuela), tuvimos que llevarlos al Puerto (no al de la ciudad, al Puerto de Santa María)... y tardamos dos horas veinte minutos en ir y volver, porque nos pilló un atasco enorme al entrar allí: al lumbreras de turno se le ha ocurrido hacer una obra en Valdelagrana, cargándose dos carriles para poner uno solo, con la correspondiente rotonda (ahora a todos se les parte el culo con las rotondas) y sin dejar siquiera un arcén pequeñito: la que se va a liar allí a partir del jueves, miedo me da pensar que voy a pasarme el verano sin ir a mi restaurante mexicano favorito, que sólo abre por las noches y en temporada.
A la vuelta nos cogió otro atasco: el de entrada en Cádiz, por el puente Carranza. Hasta el cementerio de Puerto Real (o sea, lo menos siete kilómetros) llegaba la cola. Uno, que es muy listo, decidió entrar en Cádiz por la vía larga: rodeando la bahía, por San Fernando. Ja. Había otro atasco de las mismas proporciones merceriles justo a la salida de Puerto Real. Tuvimos que dar otra vez la vuelta y esperar impacientemente dos horas y pico. Una lata.
Si a eso le sumamos que la obra del paseo marítimo de Cádiz, iniciada en noviembre, sigue teniendo el mismo levantado, sin posibilidad de aparcar, ni pasar coches, y que la inyección de arena a la playa (que se retrasó el año pasado y, al final, se decidió empezarla en septiembre.. y han empezado el miércoles), nos va a obligar a escuchar ruidos y a cambiarnos de sitio en la playa todo el veranito, me temo que los defensores a ultranza de doña Teo se van a quedar sin argumentos de peso, porque vamos a tener la ciudad hecha un asquito la miremos por donde la miremos.
De todo esto, yo saco una lección, y un consejito político: Si tu alcalde no lo hace bien, pasa de votarlo, vota a otro. Pero cuando el otro empiece a hacerlo bien, deja de votarle también: vota a otro, para que se ponga las pilas y no se crea que todo el monte es orégano y toda calle es levantable. Quid pro quo, muchachos. Vosotros no nos toquéis los cataplines. El cargo es una reválida que tenéis que superar todos los años.
Y ya que estamos con dichos ácratas, recordemos eso que tanta falta hace: la imaginación al poder.
Coño, o compraros un calendario y comprended que hay cosas que en ciertas fechas no se hacen.
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