Ya habrán leído ustedes la noticia. Rocco Siffredi, mister 24, el hombre más envidiado del mundo por razones de peso, ha dicho que se retira, que ya está mayor aunque sigue cumpliendo como el primer día, pero que no se va a pasar la vida entera trabajando con gente a la que le dobla la edad, y que se debe a su familia y que, de aquí a dos años, cerrará definitivamente el grifo. Vamos, que no dice aquello de que se corta la coleta porque el tío no es torero y porque vive precisamente de eso mismo.
Va a ser el final de un mito, me imagino. Como John Holmes (de quien se estrena un biopic estos días, más allá de esa obra maestra que es Boogie Nights) en sus buenos tiempos, aunque parece que el amigo italiano no ha caído por la pendiente por la que cayó el otro tipo.
Tiene que ser duro, no crean, dedicarse a ese negocio. Y tener que cumplir como un señor, a la hora que te digan, y descargar la morterá también cuando te lo diga el director de escena. Pero hay trabajos para los que uno está predestinado, y si tienes un obús, más vale que lo uses y lo compartas con la humanidad, antes de que se te oxide en casa.
De Rocco siempre recuerdo la anécdota, y cuando cuento por ahí que estoy a dos personas de él (aquello de que uno conoce a uno que conoce a otro y tal), nadie me cree. Pero es verdad. Mi amiguete Juanvi Chuliá, y por aquí entran otros amiguetes que podrán dar fe de ello, siempre cuenta que conoció al señor Siffredi en una entrega de premios, creo que de la Cartelera del Turia. Y dijo, como uno esperaba, que era un tío sencillo y encantador.
Pero lo que más llamó la atención a Juanvi fue su mujer, Rosa Caracciollo. Entusiasmado, Juanvi llegaba a decir que era como Audrey Hepburn, como una princesa centroeuropea, todo distinción. Decía, literalmente, que le daban ganas de besarle la mano y todo.
Luego, claro, la vio en una escena de una de sus películas.
Pero en fin, adiós, Rocco. Te envidiamos por lo que Dios te dió y, sobre todo, por las que Dios ha puesto en tu camino. Has cobrado, e imagino que bien, por hacer realidad los sueños de millones de hombres de todo el mundo. Y, desde luego, puedes decir con orgullo que has cumplido con creces con ese trabajo. Con la cabeza bien alta, tío.
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