En el mundo, pues, no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado, lo cantaba Paco Ibáñez, adaptando a Brassens. Y aunque uno siente eso, que las banderas no son más que un trapo de colores, o sea, que no las siente, empieza a dar un algo de coraje que la gente que, en teoría, sí que siente esas banderas haga como si las tales no existieran por mor de no molestar a nadie.
Hemos pasado de tenerlas en los colegios, en las casas, en las inauguraciones, en los desfiles, en todas partes, a no tenerlas ni en las bodas reales. Me refiero, claro, a la bandera esa que, en teoría, existe porque está aprobada en una Constitución todavia vigente y que debe o debería representar a todos los españoles. Bastante fea, en mi opinión, aunque la otra que parece que a todos nos gusta más es un horror de conjunción de colores, como ha demostrado el sábado pasado la simpar señorita Agata.
Es una bandera a la baja, me parece. Durante algún tiempo, el papanatismo llevó a nuestros atletas a dar la vuelta al ruedo (bueno, a la pista) llevando no sólo la bandera nacional (esa que ya no se lleva, insisto) sino la bandera de su comunidad autonómica, la de su ciudad natal, la de su club deportivo y hasta la de la peña de cazadores a la que pertenecía el tío. Daba penita verlos, agotados tras el carrerón, envueltos en mil trapos. Qué sofocos.
La vergüenza torera (ahora se sustituye el escudo constitucional nada menos que por el torito de Osborne, que ya es cambiar a peor, oigan) ha hecho también que, por ejemplo, en los anuncios patrocinados por los refrescos o los batidos de chocolate al uso, esos que en teoría animan a la selección española de fútbol, las banderas que suelen inundar los estadios y las mejillas de los hinchas desaparezcan sibilinamente. En vez de entrar en un estadio a animar, según la publicidad esa, parece que acuden a las rebajas del Corte Inglés.
Y el sábado mismo, una boda de estado y todo eso, ya vieron ustedes que no se veía una banderita (que antes era roja y gualda y que, gracias a Cela, ya fue roja y amarilla) en todo Madrid. Molan más los abanicos.
La reflexión que me hago es simple: si la bandera no nos sirve, habrá que buscar por consenso otra bandera. Porque ya es triste tener un himno sin letra (a menos que recurramos a la cancioncilla infantil), y al final parecerá que ni siquiera existimos.
Y es que en el fondo es bueno creerse parte de algo más grande que uno, y si nos lo creemos con un trapo de colores, más vale que enseñar ese trapo de colores, por lo menos, no nos de corte.
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