Era un tunante. Un chirlachi, un guachisnai, un carota. Gordo gordísimo, con su propia leyenda de estraperlos detrás. Analfabeto, a lo mejor, ni falta que le hacía juntar cuatro letras. Tenía gracia, y de ella vivía. Tenía gracia y sin ella se ha muerto.
Las hagiografías al uso hablarán ahora de su amistad con El Peña, el otro carota de categoría de Cádiz, y los topicazos de que ahora estarán los dos haciendo parodias en el cielo. Vale, cada cual tiene derecho a expresar su desconcierto ante la muerte según su forma.
Pero lo triste no es que muera el hombre, lo triste es cómo ese hombre ha muerto, cómo ese hombre ha vivido los últimos años. Solo, hacinado, perdido del mundo y de esos que ahora se llaman sus amigos. Hace año y pico me lo contó Paco (que aquí nos hace de Potus, de vez en cuando). Su hermano, comparsista él, lo quiso localizar para incluirlo en el popurrí de su agrupación, donde había un imprescindible y sentido homenaje al Peña.
Y tras mucho tira y afloja lo encontró. Y se horrorizó de descubrir qué había sido del Masa. Lo encontró en un partidito (o sea, una infravivienda del casco antiguo de Cádiz, posiblemente en ese mismo barrio de la Viña que tanto se canta sin saber muy bien a santo de qué, cuando lo que ahí hace falta es una grúa y lavarle la cara y ponerlo todo al siglo). Un hombre enorme, rendido, vencido, que se pasaba todo el día en cama, impedido, incapaz, de vuelta de todo porque ya no le quedaba nada. Vivía de la caridad de los vecinos, que cada día le traían (y cito literalmente) una olla de puchero que él, gargantuesco y sin fuerzas, se tomaba con una pajita.
No tenía fuerzas para moverse y, sin embargo, accedió a levantarse y acudir al Falla a hacer ese breve cameo donde recordaba a su amigo El Peña.
Esa es la triste ironía: todos recordando al otro gran cuartetero y el superviviente ni siquiera sobrevivía. Ahora todos lo llorarán y nadie nadie nadie querrá reconocer que en vez de antifaces de oro y homenajes póstumos, a estos personajes hay que hacerles el reconocimiento en vida: un fondo del pensionista para comparsistas sin posibles, es lo que tendrían que hacer, en vez de pelearse por los derechos de las retransmisiones y el trincar por gorgorito.
Porque el Masa se ha muerto solo, allí en la misma habitación, en el mismo cuchitril donde hace ya casi dos años lo encontró Juanlu, varado como una ballena sin corazón, olvidado del mundo.
No es culpa, claro, del mundo del carnaval. Es culpa del mundo de todos. Del suyo y del mío. El Masa se ha muerto porque, incapaces de aceptar que existe la miseria alrededor, nos da por querer resolver problemas que suceden en otro lado.
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