Qué cruz. Qué calvario. Qué odisea.
Empieza la campaña de la declaración de Hacienda, ya lo temen ustedes. Y, como si estos tipos fueran a medias con uno (Pepe da Rosa dixit), héme aquí que ayer me paso toda la tarde llamando al número de damnificados, para que tengan a bien enviarme a casa los datos que de mí tienen, que es de suponer que serán todos. Y a los diez minutos de estar hablando con un robot (muy educado y varonil, eso sí, con voz de maniquí de los antiguos), nada, que cuando me toca teclear el importe de la casilla 55, sin decimales, me dicen que nones, que los datos no coinciden. Repetida la operación, nanai, que no soy como me tienen en Hacienda.
Total, que hoy he ido (vengo ahora mismito de allí) a la delegación local de lo que somos todos, a pedir de viva voz que, por favor, me envíen los datos a casa y, si es posible, un invento que ahora llaman el borrador, o sea, la declaración hecha por ellos para que no la tengas que hacer tú (cosa que, en mi caso, no me vale porque solo sirve para declaraciones individuales, no conjuntas).
Hora y media, oigan, esperando sentado allí, mientras el numerito rojo no caía ni paqué. Media hora esperando que alguien, plis, acelerara los trámites. Ni les cuento la cantidad de gente que se ha ido antes que yo. Bueno, sí, debería, que del número 92 saltó al 98, que es el que yo llevaba. Más de cuarenta minutos atascados con el número 90, otros tantos entre el 84 y el 88.
Y no digo yo que lo hagan mal, ojo. Pero si se espera que estos días vayan todos los contribuyentes (como dicen en las pelis americanas) a resolver papeletas, presentar fes de bautismo y pedir datos y suplicar que el palo no sea muy fuerte, ya podrían poner a más gente a atender al público para esa faena, ¿no? Una sola señorita atendiendo allí, a destajo, la pobre, mientras las otras cuatro o cinco ventanillas (ahora ya son cubículos) estaban más vacías que el bolsillo de Carpanta o con probos trabajadores dedicados a otra cosa mariposa sin mover ni una pestaña.
Porque de que los funcionarios desayunen yo no me quejo, ¿eh? Que es bueno que todos estemos bien alimentados.
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