Ya tenemos nueva hagiografía made in Hollywood en puertas. The Rock debe estar recibiendo ya cientos de llamadas telefónicas, por si le dan el papel del nuevo héroe, que Sly Stallone está muy mayor y el gobernador de California tiene otras cosas en mente.
Resulta que ha muerto en combate, en Afganistán, Pat Tillman, un mocetón que jugaba al fútbol americano y, tras los lamentables atentados del 11-S, renunció a un contrato supermillonario para enrolarse en el ejército. Una vida de película, un argumento a la mayor gloria del imperio. Ha muerto un héroe.
Vale, sí. ¿Pero por qué se le tilda de héroe? ¿Porque ha muerto? ¿Porque renunció a la parte económica del sueño americano a cambio de la otra parte, más entre luces y sombras de ese mismo sueño? ¿Porque le pudo, en resumen, el todo por la patria al todo por la pasta? No lo sabremos jamás. No nos lo querrán explicar nunca.
Tan héroes son todos esos hombres y mujeres que vuelven en ataúdes envueltos en banderas. Tan héroes son todos esos hombres y mujeres y niños y niñas que mueren sin un epitafio, defendiendo su tierra de invasores ajenos y de dictadores propios. Ninguno tendrá su película, ni ocupará primeras planas en los periódicos, ni tendrá reseña urgente en ninguna bitácora al uso.
Seguimos confundiendo el oropel con lo correcto. Sólo cabe lamentar la muerte del ex-jugador, la muerte del soldado, la muerte del hombre. Y de los otros hombres. Pero no me vale que se la glorifique porque persiguió un sueño quizá reprobable a cambio de unos ingresos económicos que los que lo han matado no podrían imaginar ni en sus más descabellados sueños.
Descansa en paz, soldado. Recuerda las enseñanzas del Sargento Rock: No hagáis guerra nunca más.
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