Conozco a Ricard de la Casa desde hace quince años. Lo conozco el tiempo justo de haber sido colaborador suyo en el fanzine BEM, que tanto apoyo nos dio a los escritores del fantástico en nuestro idioma, y de habernos visto, no sé, diez o doce veces repartidas entre las Hispacones o en las entregas de los premios UPC, más las típicas (y demasiado esporádicas, ay) conversaciones telefónicas o en la red.
Pero, con todo, pese a las distancias y los diferentes oficios, los embolaos míos y los embolaos suyos, puedo considerar que Ricard de la Casa, catalán bautizado en La Sagrada Familia, hijo de madre andaluza, residente en Andorra, es un buen amigo mío. Es escritor, como yo bien sabía, tuvo una envidiable faceta como faneditor y agitador (en el buen sentido) del fándom, y por ahí lo describí alguna vez como un hombre con un optimismo contagioso (a pesar del dolor que a veces, como a todos, le ha causado la vida).
Ricard, lo sabía también, es un buen fotógrafo. Tengo por aquí, entre el caos postnuclear de mi despachito un montón enorme de fotografías suyas, en blanco y negro y color, tomadas durante las Hispacones Gadir92 (en blanco y negro), y Gadir95 (las de color). Las tengo desde hace un montón de años, desde entonces, y todavía de vez en cuando las repaso y las admiro, intentando no dejarme llevar por el ubi sunt ni el tempus fugit, porque todos en esas fotos, naturalmente, estamos más jóvenes, más bellos, más ilusionados y optimistas. Las admiro, sobre todo, por la calidad de las fotos, por la precisión de los encuadres. Mi mujer, que es más fotógrafa aficionada que yo, se maravilla siempre de esas fotos, de "lo bien dibujadas" que están, según sus palabras.
Hace un rato he estado curioseando por la red y he entrado en la weblog de Ricard de la Casa, y he recorrido durante un rato largo y placentero esa afición de mi amigo. Si ayer mismo me comentaban que Crisei es como mi diario, lo mismo puede decirse de estas fotos que Ricard va colgando en su propio cuaderno de a bordo, unas fotos donde nos desvela su vida, sus inquietudes, sus amistades, sus viajes, sobre todo una enorme sensibilidad, una capacidad de gusto por el detalle que parece de arte de magia. Una biografía de sí mismo en imágenes.
Pasen ustedes y vean esa magia cautivadora de los retratos de esa gente anónima (y de algún escritor famoso), la complacencia en la vida vivida por detrás de esos ojos que nos miran desde el recuadro. Pasen ustedes y vean la arquitectura vista por un poeta, las ventanas abiertas, los cerrojos sobre puertas blancas, las esquinas de los edificios que se abren como la proa de un barco hacia los cielos. Pasen ustedes y vean el mundo de debajo del mundo, la luz del fondo del mar, los seres fugaces que Ricard ha convertido en piedra para el futuro. Pasen ustedes y vean la paradoja de la vida, las ironías de la visión, el momento captado con la atención de quien fija un detalle para la historia.
En estas fotos he conocido a un Ricard más completo, más adulto, más vivido, un Ricard que maneja su cámara como un bisturí, como un pincel de luces con que recorta las sombras. Hay una sensibilidad exquisita en esa mirada, un amor apasionado por la vida, una búsqueda del instante, quizá el deseo de espantar la soledad retratando en ocasiones la soledad misma tal como es en su fascinante belleza.
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