La vida es cíclica y repetitiva, con lo cual esta crónica bitacorera tiene por fuerza que acabar haciéndose repetitiva y clíclica también. Hace seis meses me quejaba el día del cambio de hora, y hoy me tengo que quejar de lo mismo, pero a la inversa.
Me he levantado a una hora tardísima, como no suelo hacerlo en mi vida. Ya me acosté también (anoche salí de copas), a una hora que es rara en mí. Con el despiste, ni he desayunado, porque no sé a qué hora iré a almorzar, ni dónde, ni con quiénes, y lo mismo lo hago demasiado pronto o demasiado tarde: hoy es el día de la incógnita, cuando nunca se sabe si la pizzería estará más vacía que mi bolsillo o llena hasta los topes.
Anoche bromeábamos que, si uno estuviera echando un kiki a eso de las dos menos un minuto, podría decir a las cuatro y un minuto que había estado dos horas dale que te pego: a subirnos la moral no nos gana nadie.
Y, como dice Mel en su chiste de hoy en el Diario de Cádiz, con más razón que el santo que Mel es, puestos a quitarnos horas, podrían hacerlo al mediodía un lunes de trabajo, ¿no?
Menos mal que con el cambio de hoy llega la luz, y a partir de dentro de un rato las tardes se harán largas y cálidas. Aunque claro, para variar, desde ayer por la mañana está lloviendo.
Comentarios (20)
Categorías: Reflexiones