Ya lo saben ustedes, mientras aquí Blogalia ha estado de obras, he aprovechado el rato y he escrito un cuento, El último suspiro, una nueva historia de Torre donde, escribiendo en gaditano y desde dentro de la cabeza del personaje, intento hacer un fantástico de fantasmas caleti y cotidiano, el experimento para la novela en la que lo mismo me meto de cabeza este verano.
He terminado el relato, 42 páginas, hace un rato, y ahora me queda esa sonrisilla tonta, esa sensación de vacío que le queda a uno siempre que termina un escrito que le ha absorbido el tiempo, las ilusiones y las energías. Dicen que es parecido a la depresión post-coito, y debe ser más o menos verdad, porque las dos cosas agotan. Cuando escribí Lágrimas de luz, jovencito yo, me quedé tan sin palabras que tardé casi un año en volver a juntar dos letras. Espero que la melancolia por esta nueva historia de Torre me dure poco y sea capaz de terminar la novela holmesiana que estoy reescribiendo para poder en verano hacer otras cosas.
Ayer estaba exultante, hace un rato, mientras redactaba los últimos párrafos del relato, era feliz. Ahora queda esa sensación agridulce, el cansancio vital de haberle dicho adiós a un energía que te ha dado cuerda y te ha hecho ver el mundo de otro color durante al menos, como este caso, un par de semanas.
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