Supongo que el programa estaría ya grabado, puesto que no lo emitieron la semana pasada, pero si hace unos cuantos artículos comentábamos que Chicho Ibáñez Serrador había metido la pata con el humor zafio de su trouppe de personas pequeñitas, anoche volvió a hacerlo.
Sé que fue sin querer, insisto, porque el programa estaba grabado ya antes del 11-M, pero anoche, cuando casualmente pasé por delante de la tele vi a ese supuesto humorista, el coronel McPhantom o como se llame, a quien ya había tenido que retirar de la primera parte del programa porque sus numeritos son de puta pena, haciendo lo único que sabe hacer (o que le dejan hacer) en lo de la subasta: ruiditos de tiros y de bombas, hablar de guerras contra iraquíes y, rizando anoche el rizo, hablar de brazos y de piernas cortados. Una cosa como de mucha risa, entre ruiditos con la boca y mucho boom booom ta-ta-ta-ta-ta.
Espero y deseo que Chicho (a quien profeso una gran admiración, si quiera porque fue un friki como nosotros y siempre defendió el terror y la ciencia ficción, y porque las principales pesadillas de mi infancia se las debo a él) detecte nuevamente que está metiendo la pata, hiriendo sensibilidades, dando gusto a algo que no lo tiene.
Porque, una vez más, aparte de lo inoportuno de los chistecitos del señor McPhantom, la poca gracia de hacer gracia a costa de la muerte y las bombas. Sería deseable que Chicho no encasille al señor McPhantom en hacer de Rambo trasnochado: supongo que el actor será el primer interesado en cambiar de registro. Los demás, tan sensibilizados con el tema (y los niños son los principales seguidores del programa), lo agradeceríamos. Y si los chistes hicieran reír de verdad, entonces ya sería la caña.
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