Les confieso a ustedes que sólo he ido a un mítin en mi vida. Allá por el 77, me parece, Pabellón Portillo, a escuchar a Felipe González.
Soy una de las víctimas del desencanto. O, dicho de otra manera, voto poco. Unos porque no me convencen y otros porque no me convienen. Le presto a las campañas electorales la atención justita-justita: los titulares de los telediarios, a ver quién dice la burrada más gorda a base del contrario (cosa fácil, porque desde hace cuatro añitos pacá sabemos quiénes son los que dicen las burradas más gordas, ¿no? Y un carajo que les importa).
El otro día, mientras acompañaba a mi mamuchi (que está en el hospital por una operación de cadera), me entretuve escuchando (qué remedio), no la información de los mítines, sino los spots publicitarios esos que según la ley electoral tienen todos ellos a su disposición. Me quedé de piedra. Creí haber vuelto, de verdad, a aquella primavera de 1977, cuando no me dejaban votar porque no tenía la edad, como Jeannette, aunque era rebelde, como ella.
Eran dos partidos de esos que uno no sabe si existían antes de ayer y no sabe si existirán pasado mañana. Imagino que, puesto que era Canal Sur lo que estaba sintonizado, que se presentarían sólo por Andalucía. Uno muy de izquierdas y otro muy pero que muy de derechas, tradicional de toda la vida.
El mensaje era el mismo. Era lo de siempre, vaguedades, propósitos lanzados al aire, topicazos. Se diferenciaba uno de otro en que el derechón usaba mucho la palabra familia y el izquierdoso decía continuamente aquello de ellos y ellas, compañeros y compañeras, trabajadores y trabajadoras, andaluces y andaluzas. Sólo vendían la burra, alabando sus buenos propósitos, pero sin decir claramente cómo se iba a conseguir bajar la luna.
Y lo más terrible eran las cancioncillas. Jingles espantosos, cantados por aspirantes a OT de tercera categoría, con rimas de niño de egebé pasado de bollicaos. Una vergüenza.
Así nos va, me temo. Porque imagino que los partidos grandes tampoco es que se luzcan en la creatividad de sus eslóganes, en la rigurosidad razonada de sus propuestas, en la musiquilla de sus campañas.
Y encima, al otro lado del charco, Bush venga a aparecer en sus spots rodeado de bomberos, policías, socavones y banderas.
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