Mil años hace que el sol pasa
reconociendo en cada casa
el hijo que acaba de nacer,
que el monte dibuja perfiles
suaves, de pecho de mujer,
que las flores nacen discretas
y las bestias y la luz también.
Mil años para nuestro bien.
En cada valle una gente
y cada cala esconde
vientos diferentes.
Mil años, que el hombre y la guerra
dieron lengua y nombre a la tierra
y al pueblo que rindió a sus pies,
la plata del olivo griego,
la llama persa del ciprés.
Y el musulmán lo perdió todo,
la casa, el sueño y la heredad
en nombre de la cristiandad.
Íberos y romanos,
fenicios y godos,
moros y cristianos.
En paz descansen esplendores
de amor cortés y trovadores.
Dueños del camino del mar,
no había pez que se atreviese
a transitarlo sin llevar
las cuatro barras en el lomo.
Descansa en paz, ancestral grey
vendida por tu propio rey.
De mártires y traidores
enlutaron tus campos
los inquisidores.
Mil años hace que el sol pasa
pariendo esa curiosa raza
que con su llanto hace un panal.
Y de su sangre y su derrota,
día de fiesta nacional.
Que con la fe del peregrino
jamás dejó de caminar,
de trabajar y de pensar.
Empecinado,
busca lo sublime
en lo cotidiano.
Mil años hace y unas horas
que con manos trabajadoras
se amasa un pueblo de aluvión.
Con sangre murciana y de Almería
se edificó una exposición.
Ferroviarios, labradores,
dulces criadas de Aragón,
caricias de este corazón.
Y lágrimas oscuras
de los andaluces.
Y la dictadura...
Patria pequeña y fronteriza,
mil leches hay en tus cenizas,
pero un soplo de libertad
revuelve el monte, el campesino,
el marinero y la ciudad.
Que la ignorancia no te niegue,
que no trafique el mercader
con lo que un pueblo quiere ser.
Lo están gritando
siempre que pueden,
lo andan pintando
por las paredes...
Lo cantó Serrat allá por el 78, referido supongo a La Diada: Por las paredes, se llama la canción.
Hoy, 28 de febrero, es el Día de Andalucía. Y no deja de resultarme curioso que, quitando dos o tres detallitos puntuales (la referencia a las cuatro barras en el lomo de los peces y poco más), todo lo que en esta bellísima copla se cuenta puede aplicarse, estrofa a estrofa y verso a verso, a Andalucía. Y a Canarias. Y a Asturias. Y a Galicia. Y a Euskadi también. Y a Wisconsin. Y a Manchuria. Y a Laos. Y a Chipre.
No comprendo, entonces, que si el concepto que todos tenemos de patria es tan parecido en lo más básico (o sea, en lo importante), tan similar, tan idéntico, estemos dándole vueltas una y otra vez a buscar nuestras diferencias. Debe ser, lo más probable, que no comprendo el concepto de lo que es nacionalismo.
Ya mi amiga Sote (¿dónde andará?), en el 79, a la pregunta de un entrevistador sobre el tema dio la respuesta más hermosa, la lección más cautivadora que he aprendido sobre el tema: Creo que los pueblos deben tender a unirse, no a separarse.
O, como dijo mi amigo Vicente en casa hace unas semanas: ¿Por qué si continuamente nos insisten en que los hombres y las mujeres somos iguales, hay quien se empeña en insistir en que no soy igual que un catalán o un vasco?
Mismamente. Ya Tom Sawyer, cuando dio en su globo la vuelta al mundo, comprobó que las tierras no tienen los colorines y las rayas que se pintan en los mapas.
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