En estos días se las encuentra uno, literalmente, hasta en la sopa. Las quinielas de los Oscars (TM). Va uno al restaurante de de fast food de toda la vida, y allá que te plantan, junto al costillar de brontosaurio y las Budweisser heladas, el cartoncito con los nombres y los recuadritos. Y en los periódicos (y aquí en la red) ya no digamos. El premio que se lleva ahora (que está de moda, quiero decir) es un home cinema. El que acierte el pleno, claro.
Y esa es la ilusión. El espejismo, más bien. Se nos hace creer que los mortales de a pie tenemos vela en ese entierro, que tenemos voz y voto. Y no, no los tenemos. No los hemos tenido nunca ni los tendremos (y cuando los tienen, ya saben ustedes lo que pasa: los premios MTV).
El lunes por la mañana cuando vuelva al cole después de una maravillosa semana dándome chocazos contra las paredes y viendo llover de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba a abajo y creo que hasta de abajo a arriba, lo primero que harán los chavales será preguntarme por la quiniela: quién ha ganado, qué peli, qué actor, qué actriz, qué banda sonora. Y yo quedaré como un señor al decírselo, y hasta creerán que he sido capaz de manterme despierto toda la noche viendo los premios, cuando lo que haré será buscarlos aquí en internet a las siete de la mañana.
Y se mosquearán las ellas porque Johnny Depp no se ha llevado el premio. Y los seguidores de El señor de los anillos se enfadarán porque no haya hecho pleno, o se ufanarán porque se habrá llevado no sé cuántas estatuillas,y otros dirán que han hecho trampas porque se habrá votado a tres películas, no a una sola. La polémica de todos los años estará servida. No hay derecho. No hay justicia. Vale, lo que ustedes quieran.
Los Oscars (TM) no son una democracia, aunque nos lo queramos creer. No son un premio justo (¿hay algún premio que lo sea?). A nosotros ni nos va ni nos viene. Es un premio que se monta la Academia de Hollywood para ellos solos, y de paso para vender pelis y promocionar estrellas y forrarse con deuvedeses con o sin versiones extendidas. Nosotros no somos ciudadanos de esa nueva Roma (o ese nuevo Olimpo, como prefieran). Estamos ahí de pardillo. El núcleo de gente que vota es muy reducido, y votan a su aire, y supongo que el misterio será recontar cuadraditos y ya está (los regalos, sobornos, estipendios, etcétera, pues formarán parte de la realidad o de la leyenda negra). Los beneficiados, los actores, las actrices, los directores y los productores, que aumentarán su caché. Supongo que también los guionistas (que suelen ser los más olvidados y, por tanto, los que me caen más simpáticos). Nosotros no. Nosotros estamos de adorno. No nos necesitan más que para darnos envidia.
La frase que suelo decirles a los chavales, a ver si me entienden, es que con su pan se lo coman. Que yo no le digo a nadie lo que tiene que poner en su casa ese día de comer, ni a mí me lo tiene que decir ninguno tampoco.
Y eso son los Oscars (TM): el pan suyo de cada año, su guiso aliñado de glamour y de tías buenas, con limusinas y alfombras rojas y censura previa y miedo a atentados y discursos profidén y chistes tontos. Divertido la primera vez que lo ves, un coñazo siempre desde entonces.
No le demos más vueltas. Que premien lo que ellos quieran. Ya nosotros decidiremos si nos gustan o no nos gustan las películas. Más nos tendrían que preocupar otro tipo de elecciones y otro tipo de democracias. Pero en esas el Emperador Bush tampoco nos deja votar. A ver si se creían ustedes que es tonto el nota.
Comentarios (19)
Categorías: Cine