Crónicas marcianas (y me refiero al libro, naturalmente, no hablo de bazofias) es uno de esos libros mágicos que tiene un final impactante y poético que se quedan en la memoria muchos años después. Ese capítulo-relato titulado "El picnic de un millón de años" es, sencillamente, magistral en su concepción, el perfecto punto y final para ese periplo ensoñador y melancólico que Ray Bradbury creó para su novela (o su fix-up, como queramos). No sé si exagero al decir que quizás fue Bradbury el inventor de eso que luego se ha llamado "realismo mágico".
Ahora el autor ha comunicado lo que es, quizás, el epílogo ideal para un final ya de por sí insuperable. Lo han dicho esta mañana en el telediario: Bradbury ha anunciado que, a su muerte, quiere ser incinerado y que sus cenizas sean depositadas en Marte... dentro de una lata de sopa de tomate (la noticia no lo especifica, pero supongo que será tomate Campbell´s).
Ingenuidad y poesía a partes iguales, la noticia. Con su pizquita de humor negro o de tenebrismo, incluso. Como la obra misma del viejo Ray, a quien tantos lectores y escritores de ciencia ficción debemos tanto y al que, me temo, hemos dado de lado al creernos mayores de edad.
No dice, claro, cuándo ni cómo ni quién va a pagar el viaje de sus cenizas. La demostración más palpable de que los poetas están en otra onda. En este caso, en otra galaxia, mismamente.
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